Caminaba por la montaña, pisando pasto y flores. Respiraba del aire, inhalando fragancias y polen. Utilizaba sus manos, agarrándose de ramas y piedras. Su cuerpo rozaba árboles, arbustos y plantas.
Su cabeza iba inmersa en sus ideas, en sus dudas y cuestiones. Iba debatiendo consigo mismo sobre su vida, sus gustos, lo que desearía hacer cuando llegase y lo que no deseaba repetir respecto a su última estadía.
Andaba absorto en un mundo que lo sentía, veía, palpa y olía. Andaba absorto mientras el universo le quería hacer recordar a cada instante que no estaba solo.
Pájaros cantando, abejas revoloteando; grillos saltando, conejos corriendo. Vacas mugiendo y patos graznando.
El universo, al ver que no reaccionaba, comenzó a soltar suaves gotas sobre su cabeza descubierta; y la respuesta que tuvo fue una capucha que lo protegía, o aislaba.
Luego de ir subiendo su intensidad en la lluvia, comprendió que aquella no era la herramienta que debía utilizar e hizo un súbito cambio.
La lluvia ceso al mismo tiempo con el que un arcoiris era dibujado por unas manos invisibles, trazándolo suavemente entre nubes, montañas, árboles y sobre si mismo. El mismísimo universo, jugando con todos los seres que existen, interactuando con él, lograron dibujar uno de los mas bellos arcoiris posible, si no el más bello de todos.
No hubo respuesta alguna por la persona, su mirada seguía enfocada hacía adelante, casi en el horizonte. Pisando, esquivando, agarrando, doblando, rompiendo, destruyendo a su paso sin saberlo; seguía absorto a sus dilemas y dudas, seguía ensimismado en si mismo. Seguía aislado del universo.
Próximo acto del universo fue darle con una de las fuerzas más poderosas que con él convive, y le envió unos rayos fulminantes de calor. Un calor tan abrasador que hasta la gente que vive en el desierto más inhóspito se hubiera quejado.
El calor fue direccionado directamente a él, ya que no era parte de su hacer el lastimar a otro ser en el proceso.
Esta vez la respuesta fue de más de un acto; se quitó la campera y ingirió un sorbo largo de agua. Y en aquella agua habían millones de nutrientes, millones de gotas y de vidas. Allí, en aquella agua habitaba la existencia del todo, del mismísimo universo, desde el día que el deseo crearse y multiplicarse. Él nunca fue consciente de ello, para el fue tan solo agua y sol.
El absorto. El universo deseando despertar a un alma olvidadiza de su senda.
El absorto. El universo jugando con todas los seres que con él, y en él, habitaban el todo.
El absorto. El universo ... aceptó aquella elección, no era ese el momento.
Y con una sonrisa jovial, el universo y todos los seres, el agua, el viento, las plantas, los pájaros y animales, la tierra, rocas montañas, lagos y ríos se elevaron y divisaron un nuevo ser humano; una nueva posibilidad de cambio.
Y como si fuese su primera vez, recomenzaron la danza del despertar; la danza tan añorada tanto por el universo como por el humano, aunque este todavía no lo recuerde.
Su cabeza iba inmersa en sus ideas, en sus dudas y cuestiones. Iba debatiendo consigo mismo sobre su vida, sus gustos, lo que desearía hacer cuando llegase y lo que no deseaba repetir respecto a su última estadía.
Andaba absorto en un mundo que lo sentía, veía, palpa y olía. Andaba absorto mientras el universo le quería hacer recordar a cada instante que no estaba solo.
Pájaros cantando, abejas revoloteando; grillos saltando, conejos corriendo. Vacas mugiendo y patos graznando.
El universo, al ver que no reaccionaba, comenzó a soltar suaves gotas sobre su cabeza descubierta; y la respuesta que tuvo fue una capucha que lo protegía, o aislaba.
Luego de ir subiendo su intensidad en la lluvia, comprendió que aquella no era la herramienta que debía utilizar e hizo un súbito cambio.
La lluvia ceso al mismo tiempo con el que un arcoiris era dibujado por unas manos invisibles, trazándolo suavemente entre nubes, montañas, árboles y sobre si mismo. El mismísimo universo, jugando con todos los seres que existen, interactuando con él, lograron dibujar uno de los mas bellos arcoiris posible, si no el más bello de todos.
No hubo respuesta alguna por la persona, su mirada seguía enfocada hacía adelante, casi en el horizonte. Pisando, esquivando, agarrando, doblando, rompiendo, destruyendo a su paso sin saberlo; seguía absorto a sus dilemas y dudas, seguía ensimismado en si mismo. Seguía aislado del universo.
Próximo acto del universo fue darle con una de las fuerzas más poderosas que con él convive, y le envió unos rayos fulminantes de calor. Un calor tan abrasador que hasta la gente que vive en el desierto más inhóspito se hubiera quejado.
El calor fue direccionado directamente a él, ya que no era parte de su hacer el lastimar a otro ser en el proceso.
Esta vez la respuesta fue de más de un acto; se quitó la campera y ingirió un sorbo largo de agua. Y en aquella agua habían millones de nutrientes, millones de gotas y de vidas. Allí, en aquella agua habitaba la existencia del todo, del mismísimo universo, desde el día que el deseo crearse y multiplicarse. Él nunca fue consciente de ello, para el fue tan solo agua y sol.
El absorto. El universo deseando despertar a un alma olvidadiza de su senda.
El absorto. El universo jugando con todas los seres que con él, y en él, habitaban el todo.
El absorto. El universo ... aceptó aquella elección, no era ese el momento.
Y con una sonrisa jovial, el universo y todos los seres, el agua, el viento, las plantas, los pájaros y animales, la tierra, rocas montañas, lagos y ríos se elevaron y divisaron un nuevo ser humano; una nueva posibilidad de cambio.
Y como si fuese su primera vez, recomenzaron la danza del despertar; la danza tan añorada tanto por el universo como por el humano, aunque este todavía no lo recuerde.
- Por fecha 16/09/2014 -
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