El ramo cayo de sus manos, como el arbol suelta su hoja para que el suelo la reciba. El corazón dejo de latil, y su cara quedó tan pálida como el reflejo del vacío. Sus lágrimas salieron por sus ojos, pasearon sus pómulos y llegaron a sus mejillas. Su incredulidad reinaba en ella, se percibía en el aire la desorientación en todo su ser. Todos miraron hacia donde ella miraba, todos detuvieron su hablar y el silencio sacudió. Allí estaba un tal fulano, parado en las puertas abiertas de par en par. No dijo nada, no insinuó nada, Llevaba una flor de loto en sus manos. En este hombre se podían ver tantas, en ese recinto nadie lo negó. No se acerco ante nadie, no dijo palabra alguna. Hizo una reverencia y se marcho, dejo sobre el piso la flor de loto. Las puertas de par en par, El silencio era quien hablaba. La flor se fue desplazando hacia afuera, hasta que por las escaleras se perdió. Y ella vio en la situación que se encontraba, y ella recordó lo que dijo y