Miraba. Aquella era su postura tradicional. No porque era fisgón, ni porque era chusma, ni porque no le gustaba ayudar. Tan solo miraba porque era sordo y mudo. No podía escuchar lo que se decía, no podía decir lo que sentía, igual siempre creyó que no lo escucharían con su voz y el ser mudo lo vivió como una ironía. Observaba, prestaba suma atención. Estaba atento y sus ojos podían ver ínfimos movimientos. Había desarrollado aquella habilidad. Observar, distinguir, ver el mínimo movimiento del dedo meñique. Poder ver una acción referente a lo que querían hacer. Permanece aun en esa postura, en ese deseo y en ese observar. Nosotros seguimos creyendo que escucha y que elije no hacer nada. Le seguimos hablando y persistimos en quedarnos quietos y pidiendo. Aguardamos a que diga algo, y así continuamos aguardando. Hasta hemos llegado a creerle a algunas personas que han dicho que lo escucharon, por el simple hecho de creer que habla. Pide y se te dará, no lo creo. Haz y se te d