Tomaba un clavo y lo posaba suavemente, la punta besaba suavemente a su destino. Sabía que en breve iban a estar unidos, al próximo desencadenante de letras. Cada letra era el golpe de un martillo, siendo esta palabra otro golpe de letras en otras tablas. Cada palabra era una tabla clavada en simbolismo descriptivo. Estaba así armando muchas cosas, construyendo y clavando. Armando y amurando. Elevando y alargando todo. A todo le iba dando nuevas tablas, nuevas dimensiones y nuevas proporciones de realidad. Seguía con cada clavo, no perdía su foco, no podía perder su foco porque sino perdía el sentido del clavo en las tablas. Y si perdía el sentido del clavo en las tablas, perdía el sentido de todo, si es que en algún momento lo tuvo o tiene. Su día estaba culminando, el transpirado y agotado; habiendo decidido por hoy frenar con sus clavos, sus tablas y sus acciones. Se sienta frente al espejo, aquel objeto que le permitía poder tener una charla honesta consigo mismo, sin que