La noche se posaba sobre mis hombros, no tan dulcemente como lo había hecho tantas noches anteriores. Esta vez se sentaba sobre mi, anclándome al piso; y el piso, en la noche de hoy, era barro y arenas movedizas. Me hundía por la noche y el suelo me absorbía pausadamente, como con un sorbete. La luna era justa testigo del hecho; como también lo era el silencio y el dolor. Todo sucedía como algo normal y yo, entre todo ello. Es que viendo las cosas que sucedían, me olvidaba lo que me sucedía. Es que viendo aquel espectáculo, aun desagradable pero espectáculo al fin, me había olvidado que el actor principal, y la cena, era yo. Pude sentir mis rodillas fundidas con barro y arena. Pude sentir mis hombros y cabeza, aceptando la orden de la noche y agachándome; facilitando así el ser comida de este momento. Este momento que no era mas que un duelo interno; un dolor interno que mataba mis deseos y ganas. Es decir que la noche no estaba fuera, ni tampoco las arenas movedizas ni el ba