El hombre se movía de aquí para allá, de allá para aquí; de aquel punto a este punto, de este punto a aquel punto. Se repetía incesantemente; parecía que estaba danzando un vals. Un vals sin pareja, o con su pareja invisible, la angustia. Pocos le prestaban atención. Algunos danzaban su vals a su ritmo y tantos otros danzaban en su interior o al sonido de sus mandíbulas y uñas. Todos tenemos un tanto de angustia y otro tanto de ansiedad. El hombre, volviendo a el momento, danzaba sin cesar. Su cabeza se meneaba al ritmo de sus pasos, justamente en contraposición de su siguiente paso. Un niño lo frena y le alcanza su reloj. Era un reloj de un personaje animado y que tan solo tenía las lineas referentes a los minutos, segundos y horas y las dos agujas que marcaban los minutos y la hora. Desorbitado y detenido en su vals, llamado el vals de la angustia, el hombre mira al niño y este le dice tan solo unas pocas palabras antes de salir corriendo por el llamado de su madre, la cual