Contaban en una historia, un anciano y una anciana, que todos estábamos destinados y predestinados.
Que habíamos elegido venir y también el para que habíamos elegido venir. Asimismo estaba sabido ya el cuando, el como y el porque de nuestra retirada.
Estos dos estaban siempre dispuestos a hablar; esperaban sentados, uno al costado del otro. A la vera de una senda cotidianamente transitada.
Sus caras eran de paz, serenidad y armonía. Estaban tranquilos, en el transcurrir de los días; y tambien de las noches.
Veían tantas personas pasar, y nadie parar. Observaban las caras de estas personas y en sus ojos se veian las preocupaciones.
Tensiones y nervios; envidia y gula. Codicia y rencor. Recelo y tristeza. Dolor y pena.
Un día vieron pasar a un niño, de la mano de la madre. Lo que llamo la atención de este niño fue que los miro y sonrió con alegría, mientras las demas personas nos miraban y, tristemente, les tiraban monedas.
Monedas que ellos nunca recogían.
El tiempo pasaba y la gente que pasaba frente a estos dos iba rotando, como también iban cambiando los aspectos de las caras. Pero los ojos siempre decían lo mismo.
Repetidas eran las emociones que se percibían de ellos. Repetidos eran los estados que se percibían en el reflejo de su mirar.
Cambiando este transcurrir homogéneo, transitaba por este camino un hombre. Lo diferente fue que al mirarlos, no metió su mano en el bolsillo; ni saco una moneda para tirarles. Tampoco los miro tristemente.
Allí vieron ellos, en los ojos de este hombre; el reflejo de aquel niño y la sonrisa de vida, y la energía del todo. Vieron alegría, felicidad y serenidad.
Este hombre, que iba a su trabajo, fue disminuyendo su marcha lentamente hasta detenerse exactamente frente a ellos.
Los miro y mientras los admiraba, fue poniéndose cómodo.
Se saco su atuendo de trabajo; dejando por fuera de él lo que no le pertenecía; quedándose cómodamente con el pantalón y su parte superior.
Sin decir palabras, ellos lo miraron. Sin oír palabras, el los entendió y junto a ellos se sentó.
Desde aquel día se pueden ver tres personas sentadas a la vera de un camino; mirando a la gente pasar.
Que habíamos elegido venir y también el para que habíamos elegido venir. Asimismo estaba sabido ya el cuando, el como y el porque de nuestra retirada.
Estos dos estaban siempre dispuestos a hablar; esperaban sentados, uno al costado del otro. A la vera de una senda cotidianamente transitada.
Sus caras eran de paz, serenidad y armonía. Estaban tranquilos, en el transcurrir de los días; y tambien de las noches.
Veían tantas personas pasar, y nadie parar. Observaban las caras de estas personas y en sus ojos se veian las preocupaciones.
Tensiones y nervios; envidia y gula. Codicia y rencor. Recelo y tristeza. Dolor y pena.
Un día vieron pasar a un niño, de la mano de la madre. Lo que llamo la atención de este niño fue que los miro y sonrió con alegría, mientras las demas personas nos miraban y, tristemente, les tiraban monedas.
Monedas que ellos nunca recogían.
El tiempo pasaba y la gente que pasaba frente a estos dos iba rotando, como también iban cambiando los aspectos de las caras. Pero los ojos siempre decían lo mismo.
Repetidas eran las emociones que se percibían de ellos. Repetidos eran los estados que se percibían en el reflejo de su mirar.
Cambiando este transcurrir homogéneo, transitaba por este camino un hombre. Lo diferente fue que al mirarlos, no metió su mano en el bolsillo; ni saco una moneda para tirarles. Tampoco los miro tristemente.
Allí vieron ellos, en los ojos de este hombre; el reflejo de aquel niño y la sonrisa de vida, y la energía del todo. Vieron alegría, felicidad y serenidad.
Este hombre, que iba a su trabajo, fue disminuyendo su marcha lentamente hasta detenerse exactamente frente a ellos.
Los miro y mientras los admiraba, fue poniéndose cómodo.
Se saco su atuendo de trabajo; dejando por fuera de él lo que no le pertenecía; quedándose cómodamente con el pantalón y su parte superior.
Sin decir palabras, ellos lo miraron. Sin oír palabras, el los entendió y junto a ellos se sentó.
Desde aquel día se pueden ver tres personas sentadas a la vera de un camino; mirando a la gente pasar.
Matías Hugo Figliola
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