Ensimismado en sus problemas, absorto de la vida que le pasaba a su derredor. Su mirada estaba enfocada al piso; esa actitud demostraba que en su cabeza surcaban miles de ideas, una tras otra o encimándose entre ellas mismas.
Había caminado no sabia cuanto, tampoco era algo que le interesaba. Había caminado porque sus pies se movían, nunca se había detenido y levantado su cabeza; y menos aun había modificado su perspectiva y mirado hacia el cielo.
Nunca se pregunto eso, siempre sus preguntas estaban relacionadas al medio, la duda, el dolor, la tristeza, el resentimiento, el remordimiento, la envidia, la codicia, la ira, la culpa.
No escuchaba a nadie, ni a si mismo parecía. Solo escuchaba a la cabeza, que no era el mismo sino su peor parte.
Un día paso a su lado alguien que le dijo algo que lo retiro de su estado absorto, pero tan solo por unos segundos. Lo que dijo fue: "hermano, no te concedo ni uno, ni tres; te concedo todos los deseos que sepas formular desde tu corazón".
El personaje de esta historia solo pudo darle una respuesta básica: "Cállate y no digas cosas sin sentido. Dices algo así y solo tienes unas sandalias como abrigo para tus pies".
Dijo esto y, luego, prosiguió con su andar.
Nunca supo quien le hablo; ni que le proponía con su decir. Nunca pudo salir de su enfrascado pensamiento, en donde el miedo, el dolor, la culpa, la ira, el resentimiento eran sus cinco paredes estructurales.
Nunca supo que en ese decir, en ese suceder, el no solo no escucho a aquel hombre, sino que tampoco se escucho a si mismo.
Y hoy sigue caminando, con su cabeza baja. Absorto en sus ideas, que nunca fueron suyas pero que lo invadieron y consumieron. Y ya no tiene importancia el día que deje de existir en este mundo, pues solo fue un ente más sin su alma.
Había caminado no sabia cuanto, tampoco era algo que le interesaba. Había caminado porque sus pies se movían, nunca se había detenido y levantado su cabeza; y menos aun había modificado su perspectiva y mirado hacia el cielo.
Nunca se pregunto eso, siempre sus preguntas estaban relacionadas al medio, la duda, el dolor, la tristeza, el resentimiento, el remordimiento, la envidia, la codicia, la ira, la culpa.
No escuchaba a nadie, ni a si mismo parecía. Solo escuchaba a la cabeza, que no era el mismo sino su peor parte.
Un día paso a su lado alguien que le dijo algo que lo retiro de su estado absorto, pero tan solo por unos segundos. Lo que dijo fue: "hermano, no te concedo ni uno, ni tres; te concedo todos los deseos que sepas formular desde tu corazón".
El personaje de esta historia solo pudo darle una respuesta básica: "Cállate y no digas cosas sin sentido. Dices algo así y solo tienes unas sandalias como abrigo para tus pies".
Dijo esto y, luego, prosiguió con su andar.
Nunca supo quien le hablo; ni que le proponía con su decir. Nunca pudo salir de su enfrascado pensamiento, en donde el miedo, el dolor, la culpa, la ira, el resentimiento eran sus cinco paredes estructurales.
Nunca supo que en ese decir, en ese suceder, el no solo no escucho a aquel hombre, sino que tampoco se escucho a si mismo.
Y hoy sigue caminando, con su cabeza baja. Absorto en sus ideas, que nunca fueron suyas pero que lo invadieron y consumieron. Y ya no tiene importancia el día que deje de existir en este mundo, pues solo fue un ente más sin su alma.
- Por fecha 16/03/2012 -
Matías Hugo Figliola
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