Príncipe, dijo el mendijo. Príncipe, repitio mientras sonreía amablemente.
A quien se le dirijieron estas dos palabras detuvo su marcha, y lo miro desentendido, desorientado y con su ceño fruncido.
¿Príncipe me dices tú a mi?, ¿príncipe me dices que yo soy?. Formuló este hombre. A lo que el mendigo le contesto "por supuesto que si, tu eres un principe y yo también lo soy".
Viendo que el mendigo decia incoherencias, el hombre asumió que alucinaba o estaba loco y ; por cortesia, y curiosidad de donde podría llevar esta charla, él le preguntó "¿y como es que soy y tu eres un píincipe?".
El mendigo se acomoda lo que le queda de su camisa desgastada y explicó "Somos hijos del padre, del rey; cada ser humano es un principes; solo que algunos lo saben y otros lo desconocen. Yo soy consciente de ello y es por eso que lo puedo decir con tal serenidad; y tu, veo que tu estas empezando a usar tus vestiduras de principe y es por ello que te doy la noticia, para asistirte en tu senda. Tu eres hijo del rey, por ende eres un principe."
El hombre sonrió, agradecio y le hizo una reverencia, de despedida entre principes. Comenzó su andar, el mismo que habia detenido hace unos instantes; pero ya no era el mismo.
El camino era diferente, sus ideas giraban en torno a algo que no había estado pensando. Eso de ser príncipe, eso de ser el hijo del rey. Eso de ser el hijo de su padre.
Sus ojos dejaron de ver el piso delante suyo y se focalizaron en el cielo, que no es mirando hacia arriba sino mirando hacia adelante, y la luz llego a él.
Allí fue cuando completó su vestidura de príncipe; esa vestidura que solo los principes, y el rey, pueden ver. Esa vestidura que el, mal llamado, mendigo estaba viendo desde lejos, con una sonrisa amorosa y una risa contagiosa, de esas que denotan alegria y amor.
Matías Hugo Figliola
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