Abrió sus ojos, y vió dorado.
El sol estaba surgiendo de aquel dorado, el cual estaba por todas partes. Era como si el estuviese en el centro de un copo de algodón. Todo brillaba y se movía suavemente, haciendo que pareciera un mar calmo y ensoñador.
Era su primera experiencia de este estilo, así es como él lo sentía. Alargaba sus manos y sentía caricias y roces, no podía definir de que o quien; pero si podía decir que ese lugar lo había conmovido.
Le parecía un nuevo mundo, un mundo dorado. Como un cuento que una vez le contaron, del mundo de los arcángeles.
Todo aquello era dorado, el mar que lo rodeaba y lo tenía sumergido en él hasta el pecho, las nubes se sentían como esponjas brillantes, llenas de luz y energía. Hasta el sol se veía más dorado que el sol que había visto ayer, y toda su vida.
No se preguntó nada, no quiso preguntarse nada; no quiso arruinar el momento.
Se sentía feliz y relajado. Se sentía en paz y eso le bastaba para seguir parado, inmóvil sintiendo el mundo de los arcángeles.
El sol no daba calor, sino que daba contención. Las gotas de transpiración le refrescaban su cuerpo, con la suave briza que por allí pasaba.
El día paso y el se quedo quieto allí, deseaba estar en aquel lugar y por ello no se movió No quería que nada rompiera ese encanto, que nada lo sacara de ese mundo en el que estaba.
El tiempo paso, el mar dorado seguía arrullándolo y él dejándose hacer.
La noche llego y, sin que el hiciera o dejase de hacer algo, todo cambio. El mundo dorado tuvo su tiempo, y ahora era el mundo real.
Pudo ver el prado de trigo por todos lados, planta junto a planta y el entre ellas.
Para el fue un momento real el que vivió; y así lo atesoró para toda su vida.
Esta fue la historia del hombre que visitó el mundo de los arcángeles y regresó.
Su vida dió un giro, el que el quiso darle después de vivir tal experiencia. No se puede decir si vivió rico o pobre; si se puede asegurar, es algo que la historia afirma, que el vivió feliz y realizado.
Con una sonrisa en su cara, como firma de su experiencia.
El sol estaba surgiendo de aquel dorado, el cual estaba por todas partes. Era como si el estuviese en el centro de un copo de algodón. Todo brillaba y se movía suavemente, haciendo que pareciera un mar calmo y ensoñador.
Era su primera experiencia de este estilo, así es como él lo sentía. Alargaba sus manos y sentía caricias y roces, no podía definir de que o quien; pero si podía decir que ese lugar lo había conmovido.
Le parecía un nuevo mundo, un mundo dorado. Como un cuento que una vez le contaron, del mundo de los arcángeles.
Todo aquello era dorado, el mar que lo rodeaba y lo tenía sumergido en él hasta el pecho, las nubes se sentían como esponjas brillantes, llenas de luz y energía. Hasta el sol se veía más dorado que el sol que había visto ayer, y toda su vida.
No se preguntó nada, no quiso preguntarse nada; no quiso arruinar el momento.
Se sentía feliz y relajado. Se sentía en paz y eso le bastaba para seguir parado, inmóvil sintiendo el mundo de los arcángeles.
El sol no daba calor, sino que daba contención. Las gotas de transpiración le refrescaban su cuerpo, con la suave briza que por allí pasaba.
El día paso y el se quedo quieto allí, deseaba estar en aquel lugar y por ello no se movió No quería que nada rompiera ese encanto, que nada lo sacara de ese mundo en el que estaba.
El tiempo paso, el mar dorado seguía arrullándolo y él dejándose hacer.
La noche llego y, sin que el hiciera o dejase de hacer algo, todo cambio. El mundo dorado tuvo su tiempo, y ahora era el mundo real.
Pudo ver el prado de trigo por todos lados, planta junto a planta y el entre ellas.
Para el fue un momento real el que vivió; y así lo atesoró para toda su vida.
Esta fue la historia del hombre que visitó el mundo de los arcángeles y regresó.
Su vida dió un giro, el que el quiso darle después de vivir tal experiencia. No se puede decir si vivió rico o pobre; si se puede asegurar, es algo que la historia afirma, que el vivió feliz y realizado.
Con una sonrisa en su cara, como firma de su experiencia.
Matías Hugo Figliola
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