Conto la leyenda que el dragón de escamas rojas había sobrevolado mil noches y diez mi días. Había atormentado a millones de personas, que corrían de aqui para alla sin sentido. Con miedo y sin sentido, es decir con el único sentido de que el dragón sobrevolaba.
Se inventaron puertas blindadas, se crearon castillos con cúpulas blindadas también. Se desarrollaron armas, ballestas gigantes y lanzas de 30 metros, para defenderse de los ataques del dragón rojo.
La gente ya no salía a cultivar, empezaron a consumir cosas las cuales se encontraban dentro del castillo, empezaron a cultivar dentro de las casas, en los pisos.
Despues de muchos años, ya no sabían si el dragón de escamas rojas estaba sobrevolando los cielos, o si estaba parado tras la puerta principal, ideando la forma de entrar. Y por ello, cerraron la puerta, sellandola desde dentro, fundiendo el metal.
Ahora estaban a salvo, estaban resguardados de la voracidad, maldad, odio y brutalidad del maldito dragón rojo.
Ahora estaban encerrados y el dragón no iba a poder entrar nunca más. Y quedaron asi, alli, aislados del mundo.
De a poco se fueron aislando de los vecinos y terminaron aislandose de ellos mismos. El miedo muto del dragón rojo al vecino, el cual le codiciaba las verduras o la hija o la mujer.
En un acto de defensa, un granjero ataco fuertemente a un soldado, porque este estaba caminando por la puerta de su casa y, de seguro, estaba por entrar a matarlo a él.
Todo roto nuevamente en las ideas de la gente; el dragón rojo había dejado de existir pero el miedo seguía manipulandolos, sin que ellos lo supieran.
Sin hacer más larga la historia, la gente fue defendiendose, asesinando al otro, por miedo de que el otro vaya a hacer algo; la excusa de la defensa les daba alegato de tranquilidad a sus acciones sin moral.
El miedo termino por consumir al rey quien, mando al ejercito a pelear y matar a los campesinos, luego a los herreros, luego a los costureros y por último, el rey creo un ejercito de confianza el cual fue a matar al ejercito común.
El rey, luego fue asesinado por ese ejercito de confianza y, entre ellos se asesinaron. Se defendieron del posible ataque del otro, de aquel que no lo miraba pero de seguro estaba tramando algo.
Por fuera de ese castillo, que se encuentra escondido en un valle entre unas montañas nevadas magnificentes, el dragón de escamas rojas volaba suavemente y cada vez que pasaba sobrevolando por aquel castillo sentía pena por el humano.
Aquel ser que poseía muchisimas habilidades pero que el miedo había logrado domarlo y con él, domaba a sus habilidades.
Supo que el miedo se iba escapando por las rendijas de las piedras y los agujeros de las murallas y se iba suavemente, entre risas y maldad, flotando en el aire; viendo donde estarían sus próximas víctimas, sus próximos huespedes.
Y llegó, luego de millones de años, hasta una gran ciudad; una ciudad que era de prestigio y reconocida. Una ciudad que era valorada en todo el mundo y la cual era el centro de comercio y de conexión entre todos.
Y allí, el miedo, eligió sentar cabeza; para multiplicarse y multiplicar a sus hijos para todos los rincones de la tierra.
Y el dragón rojo, aquel dragón de escamas rojas, siguió volando libremente y sin juicios.
Y para que quede anotado en esta historia, de una historia que sucedió ya hace cientos de años, que el dragón rojo nunca atacó a nadie. Nunca tiro fuego ni miro con ira a nadie. El dragón rojo era solo un viajante relajado, sin miedo que lo cabalgue.
Se inventaron puertas blindadas, se crearon castillos con cúpulas blindadas también. Se desarrollaron armas, ballestas gigantes y lanzas de 30 metros, para defenderse de los ataques del dragón rojo.
La gente ya no salía a cultivar, empezaron a consumir cosas las cuales se encontraban dentro del castillo, empezaron a cultivar dentro de las casas, en los pisos.
Despues de muchos años, ya no sabían si el dragón de escamas rojas estaba sobrevolando los cielos, o si estaba parado tras la puerta principal, ideando la forma de entrar. Y por ello, cerraron la puerta, sellandola desde dentro, fundiendo el metal.
Ahora estaban a salvo, estaban resguardados de la voracidad, maldad, odio y brutalidad del maldito dragón rojo.
Ahora estaban encerrados y el dragón no iba a poder entrar nunca más. Y quedaron asi, alli, aislados del mundo.
De a poco se fueron aislando de los vecinos y terminaron aislandose de ellos mismos. El miedo muto del dragón rojo al vecino, el cual le codiciaba las verduras o la hija o la mujer.
En un acto de defensa, un granjero ataco fuertemente a un soldado, porque este estaba caminando por la puerta de su casa y, de seguro, estaba por entrar a matarlo a él.
Todo roto nuevamente en las ideas de la gente; el dragón rojo había dejado de existir pero el miedo seguía manipulandolos, sin que ellos lo supieran.
Sin hacer más larga la historia, la gente fue defendiendose, asesinando al otro, por miedo de que el otro vaya a hacer algo; la excusa de la defensa les daba alegato de tranquilidad a sus acciones sin moral.
El miedo termino por consumir al rey quien, mando al ejercito a pelear y matar a los campesinos, luego a los herreros, luego a los costureros y por último, el rey creo un ejercito de confianza el cual fue a matar al ejercito común.
El rey, luego fue asesinado por ese ejercito de confianza y, entre ellos se asesinaron. Se defendieron del posible ataque del otro, de aquel que no lo miraba pero de seguro estaba tramando algo.
Por fuera de ese castillo, que se encuentra escondido en un valle entre unas montañas nevadas magnificentes, el dragón de escamas rojas volaba suavemente y cada vez que pasaba sobrevolando por aquel castillo sentía pena por el humano.
Aquel ser que poseía muchisimas habilidades pero que el miedo había logrado domarlo y con él, domaba a sus habilidades.
Supo que el miedo se iba escapando por las rendijas de las piedras y los agujeros de las murallas y se iba suavemente, entre risas y maldad, flotando en el aire; viendo donde estarían sus próximas víctimas, sus próximos huespedes.
Y llegó, luego de millones de años, hasta una gran ciudad; una ciudad que era de prestigio y reconocida. Una ciudad que era valorada en todo el mundo y la cual era el centro de comercio y de conexión entre todos.
Y allí, el miedo, eligió sentar cabeza; para multiplicarse y multiplicar a sus hijos para todos los rincones de la tierra.
Y el dragón rojo, aquel dragón de escamas rojas, siguió volando libremente y sin juicios.
Y para que quede anotado en esta historia, de una historia que sucedió ya hace cientos de años, que el dragón rojo nunca atacó a nadie. Nunca tiro fuego ni miro con ira a nadie. El dragón rojo era solo un viajante relajado, sin miedo que lo cabalgue.
- Por fecha 21/03/2013 -
Matías Hugo Figliola
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