Contaba una anciana los días que pasaban y ella seguía viva. Contaba los días desde el momento que tomo la decisión, aquella decisión que hizo que todo cambie.
Ella tenía noventa y cuatro años, y en su cara estaban las arrugas que confirmaban tal edad. Hoy había contado otro día mas.
Como ya desconfiaba de su memoria, porque sabia que su memoria andaba a gusto y placer propio, los días los contaba contra una pared, justamente en la pared de su casa, en la vereda.
Los ambulantes que pasaban diariamente por allí veían que la señora iba marcando su pared, y la señora se hizo conocida en el barrio. Luego creció y gente de otros barrios que escucharon la historia, y luego vieron a la señora, empezaron a multiplicar los informados respecto de aquella señora.
Ella día a día continuaba con su rutina. Su pared era ya casi mitad raya y mitad lisa. Quien se detuviera a contar las rayas llegaría a las doce mil cuatrocientas diez rayas, el equivalente a treinta y cuatro años.
Hoy haría una raya más, y hoy aumentaría su colección de figuras en la pared.
Hoy le recordaba el tiempo que hacia en que ella continuaba viva después de aquel cambio.
Ese mismo día pasa un anciano, de unos noventa años aproximadamente. Las pocas arrugas que tenía estaban vinculadas al sol, al sonreír y al reír.
Este hombre pasa junto a la casa de la anciana en el mismo momento que esta señora esta realizando su marca diaria, y como ya era costumbre en él detuvo su andar y saludo a la señora.
Luego de la formalidad de presentación le pregunto, intrigado, que representaban esas marcas. A lo que ella contesto: "son los días que han pasado desde que me he jubilado" y al finalizar la frase exhalo un aire cargado de vacío.
Con una cordial sonrisa y un gesto formal con su cabeza se despidió de la señora y siguió su senda. Mientras se iba alejando saco un cuadernillo pequeño y puso una marca nueva.
Había modificado la forma de contar para así poder llevar los días de una forma mas convencional y sin que ocupase tanto espacio. Había aprendido que llevar día a día era mucho espacio y los cuadernos se colmaban rápidamente; por ello contaba con su forma particular y siempre tenia la cuenta ordenada ya que al cambiar de cuaderno, sabía cuanto tiempo llevaba.
Otro día mas, hoy me depara la vida. Hoy me dispongo a disfrutar y sonreír. Hoy me permito aprender de todo y de todos. Hoy me recuerdo que la vida que elegí es esta que estoy viviendo y gracias a ello todos los días son una celebración a mi mismo y a mi vida.
Con ciento dos años puedo decir que he vivido como la señora, solo que mi jubilación ha sido una liberación de las ataduras que estaban en mi cerebro.
Agradezco haberme jubilado de esas trabas a una relativa corta edad; que me permitió no quedar encerrado en la puerta de mi casa, en la pared de mi casa; contando los días como minutos esperando mi liberación. Ya soy libre, y ando en libertad.
Pensó el hombre, mientras su pecho se inflaba de éxtasis y continuaba su andar, con una practica mochila en su espalda y un bastón para asistirlo en el caminar.
Ella tenía noventa y cuatro años, y en su cara estaban las arrugas que confirmaban tal edad. Hoy había contado otro día mas.
Como ya desconfiaba de su memoria, porque sabia que su memoria andaba a gusto y placer propio, los días los contaba contra una pared, justamente en la pared de su casa, en la vereda.
Los ambulantes que pasaban diariamente por allí veían que la señora iba marcando su pared, y la señora se hizo conocida en el barrio. Luego creció y gente de otros barrios que escucharon la historia, y luego vieron a la señora, empezaron a multiplicar los informados respecto de aquella señora.
Ella día a día continuaba con su rutina. Su pared era ya casi mitad raya y mitad lisa. Quien se detuviera a contar las rayas llegaría a las doce mil cuatrocientas diez rayas, el equivalente a treinta y cuatro años.
Hoy haría una raya más, y hoy aumentaría su colección de figuras en la pared.
Hoy le recordaba el tiempo que hacia en que ella continuaba viva después de aquel cambio.
Ese mismo día pasa un anciano, de unos noventa años aproximadamente. Las pocas arrugas que tenía estaban vinculadas al sol, al sonreír y al reír.
Este hombre pasa junto a la casa de la anciana en el mismo momento que esta señora esta realizando su marca diaria, y como ya era costumbre en él detuvo su andar y saludo a la señora.
Luego de la formalidad de presentación le pregunto, intrigado, que representaban esas marcas. A lo que ella contesto: "son los días que han pasado desde que me he jubilado" y al finalizar la frase exhalo un aire cargado de vacío.
Con una cordial sonrisa y un gesto formal con su cabeza se despidió de la señora y siguió su senda. Mientras se iba alejando saco un cuadernillo pequeño y puso una marca nueva.
Había modificado la forma de contar para así poder llevar los días de una forma mas convencional y sin que ocupase tanto espacio. Había aprendido que llevar día a día era mucho espacio y los cuadernos se colmaban rápidamente; por ello contaba con su forma particular y siempre tenia la cuenta ordenada ya que al cambiar de cuaderno, sabía cuanto tiempo llevaba.
Otro día mas, hoy me depara la vida. Hoy me dispongo a disfrutar y sonreír. Hoy me permito aprender de todo y de todos. Hoy me recuerdo que la vida que elegí es esta que estoy viviendo y gracias a ello todos los días son una celebración a mi mismo y a mi vida.
Con ciento dos años puedo decir que he vivido como la señora, solo que mi jubilación ha sido una liberación de las ataduras que estaban en mi cerebro.
Agradezco haberme jubilado de esas trabas a una relativa corta edad; que me permitió no quedar encerrado en la puerta de mi casa, en la pared de mi casa; contando los días como minutos esperando mi liberación. Ya soy libre, y ando en libertad.
Pensó el hombre, mientras su pecho se inflaba de éxtasis y continuaba su andar, con una practica mochila en su espalda y un bastón para asistirlo en el caminar.
- Por fecha 02/06/2013 -
Matías Hugo Figliola
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