Y hacía como el día hace. Y se movía como el sol se mueve. Y jugaba a ser el día que estaba sucediendo; mientras a su derredor la noche no podía tocarla.
Se balanceaba como hacen los rayos de luz que juegan, como duendes, con las hojas y las flores. Besaba a los animales y a las plantas, a las flores y a los arboles; hasta besaba a algunos seres humanos -y por solo decir que lo besaba a el, que necesitaba mucho de su fotosíntesis.
La noche seguía sus pasos, pensando que nublándolos con su oscuridad podía nublarla y ella nunca se percataba de ello. Ella no miraba para atrás, no existe atrás en la vista del sol. El sol ve 360°, no existe atrás ni oculto para él, y tampoco para ella esta noche -que es su día, o solo sería que es ella el sol, sin ser esa noche su día-.
La noche estuvo insistiendo, nublando plantas que ella les daba luz y quedaban eternamente iluminadas. Nublando el pasto, el cual ella a cada paso hacia resplandecer de energía eterna que todo el mundo conoce, acepta por obviedad, pero que pocos la entienden.
La noche persistió en su oscuridad, en esa necesidad de apagar a aquel sol que era aquella mujer, que reflejaba todo lo que no se permitía mostrar por razones de seguridad -o realmente eran de miedo y negación, de una necesidad básica de existir al menos oscuramente-. Reflejaba la vida, la consciencia. Reflejaba el amor, la continuidad de la vida; la vida misma.
Y la noche se atrevió a tocar a aquel faro que era él. Que era como el sol para ella. Ya que el sol tiene otro sol a tantos millones de años luz, como ella y él a tantos milisegundos luz.
Y allí todo explotó ya que la noche no pudo hacer mas nada, aquel fue el intento de rapto de la cordura y la vida.
Y nunca podrá la oscuridad tapar a la luz ni a todo lo que ella ilumina. El se elevo unos cuantos centímetros del piso, aunque nunca se entero de su levitar, y la explosión surgió desde su corazón. La luz lo exploto y lo pulverizo y luego un silencio fúnebre. Los nervios implícitos en tal transmutación.
El ave fénix resurgió, siendo el su propia ave feliz; habiendo sido inmolado por ella. Habiendo sido nutrido con el sol que ella era aquella noche, que era su día.
Y allí la noche, esa oscuridad pesada que se siente sobre el pecho como el peso de cinco tomos de anatomía vio el surgimiento de otro sol en tanta oscuridad, en su propio reinado -que no era propio pero asi lo debía creer ella ya que sino se suicidaba y se transformaba en otro sol más-.
Y allí mismo, en ese mismo momento se crearon nuevos universos. Nueva luz, nuevas plantas, nuevos nutrientes. Nuevos juegos de duendes y colibrís. Nuevas caricias y risas entre el viento.
Nuevos arcoiris dando nuevos colores a la noche.
Dos soles pueden convivir juntos, a tantos milisegundos luz como dos soles se mantienen a tantos millones de años luz -es que la distancia sigue siendo relativa-.
Se balanceaba como hacen los rayos de luz que juegan, como duendes, con las hojas y las flores. Besaba a los animales y a las plantas, a las flores y a los arboles; hasta besaba a algunos seres humanos -y por solo decir que lo besaba a el, que necesitaba mucho de su fotosíntesis.
La noche seguía sus pasos, pensando que nublándolos con su oscuridad podía nublarla y ella nunca se percataba de ello. Ella no miraba para atrás, no existe atrás en la vista del sol. El sol ve 360°, no existe atrás ni oculto para él, y tampoco para ella esta noche -que es su día, o solo sería que es ella el sol, sin ser esa noche su día-.
La noche estuvo insistiendo, nublando plantas que ella les daba luz y quedaban eternamente iluminadas. Nublando el pasto, el cual ella a cada paso hacia resplandecer de energía eterna que todo el mundo conoce, acepta por obviedad, pero que pocos la entienden.
La noche persistió en su oscuridad, en esa necesidad de apagar a aquel sol que era aquella mujer, que reflejaba todo lo que no se permitía mostrar por razones de seguridad -o realmente eran de miedo y negación, de una necesidad básica de existir al menos oscuramente-. Reflejaba la vida, la consciencia. Reflejaba el amor, la continuidad de la vida; la vida misma.
Y la noche se atrevió a tocar a aquel faro que era él. Que era como el sol para ella. Ya que el sol tiene otro sol a tantos millones de años luz, como ella y él a tantos milisegundos luz.
Y allí todo explotó ya que la noche no pudo hacer mas nada, aquel fue el intento de rapto de la cordura y la vida.
Y nunca podrá la oscuridad tapar a la luz ni a todo lo que ella ilumina. El se elevo unos cuantos centímetros del piso, aunque nunca se entero de su levitar, y la explosión surgió desde su corazón. La luz lo exploto y lo pulverizo y luego un silencio fúnebre. Los nervios implícitos en tal transmutación.
El ave fénix resurgió, siendo el su propia ave feliz; habiendo sido inmolado por ella. Habiendo sido nutrido con el sol que ella era aquella noche, que era su día.
Y allí la noche, esa oscuridad pesada que se siente sobre el pecho como el peso de cinco tomos de anatomía vio el surgimiento de otro sol en tanta oscuridad, en su propio reinado -que no era propio pero asi lo debía creer ella ya que sino se suicidaba y se transformaba en otro sol más-.
Y allí mismo, en ese mismo momento se crearon nuevos universos. Nueva luz, nuevas plantas, nuevos nutrientes. Nuevos juegos de duendes y colibrís. Nuevas caricias y risas entre el viento.
Nuevos arcoiris dando nuevos colores a la noche.
Dos soles pueden convivir juntos, a tantos milisegundos luz como dos soles se mantienen a tantos millones de años luz -es que la distancia sigue siendo relativa-.
- Por fecha 30/07/2013 -
Matías Hugo Figliola
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