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El niño y su mejor amigo

Charlaban como si no existiese algo más. Se entendían perfectamente. Se reían como si fuesen uno, se miraban directamente a los ojos.
Sus acciones eran honestas y todo era transparente. Ninguna acción escondida. Todo era mostrado y reflejado.

Podían verse a los ojos y allí podían verse en sus reflejos de los reflejos que eran. La conección era pura, era como un enigma que algunos pueden encontrar y unos pocos pueden llegar a dilucidar de que se trata.

Movian sus brazos al unísono, reían al unisono. Estaban conectados totalmente. Y eso les producía muchisima alegría.

El no se cansaba de ir a buscar a aquella persona, donde siempre estaba y siempre lo esperaba. Con tan solo 2 años había aprendido a buscarlo y a encontrarlo. Siempre estaba en el mismo lugar.

Su madre y su padre ya no se asustaban cuando su hjo había desaparecido, sabían donde irlo a buscar. Tenían una confirmación de gritos, risas e intentos de formulación de oraciones; visualmente tenían la confirmación de que estaba comunicandose y disfrutando de aquel momento.

Todo momento debe cambiar por otro y aquello sucedía cuando la madre, o el padre, iban a buscarlo y lo tomaban de con sus brazos y lo alzaban para llevarlo a otra parte.

Antes de partir de allí, entre risas y sonrisas, entre balbuceos y muecas, él se despedía de aquel chico que estaba siempre allí, siempre esperando a estar con él para jugar, charlar, reirse y disfrutar de su compañía.

Allí fue donde él tuvo su primer amigo, del cual nunca más se distanció. Allí se conoció a si mismo a través del reflejo de un espejo.

Hoy, con uno varios años más aun pasa a visitar a aquel amigo que lo acompaña para todos lados y siempre esta deseos de comunicarse con él. Esperandolo para poder reir, llorar, gesticular, mirarse y poder ver en el reflejo del reflejo, el reflejo de sus ojos y dentro de ellos el universo de aventuras y momentos.

- Por fecha 11/10/2013 - 

Matías Hugo Figliola


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