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Las estrellas y sus posibilidades

Cuentan los astrónomos que son estrellas. Estrellas, planetas, soles y algún que otro agujero negro; también constelaciones y sistemas solares.
Esto es lo que cuentan los astrónomos al haber analizado las pruebas.

He escuchado historias más interesantes que ellas, también más bellas; pero ninguna tan desprovista de un algo más que la necesidad de explicar, controlar y detallar.

Me han contado historias que me han dejado perplejo, asombrado y otras tantas de amor y dulzura.

Un niño me contó una vez que aquella estrella era su mamá, señalando hacia una estrella que brillaba aun cuando había todavía luz diurna. Esa estrella era su mamá que lo estaba cuidando y que aun sin estar a su lado, porque se tuvo que ir -a lo que comprendí que había muerto-, aun continuaba cuidándolo y dándole toda su atención.
"Mi papa me dijo que allí esta mamá, que ella tuvo que irse pero que esta desde allí arriba cuidándome y acompañándome, para toda mi vida, desde los cielos. Y que cuando quiera hablar con ella es tan sencillo como mirarla y hablarle en voz baja, y que ella me va a escuchar". Esto fue lo que el niño me comento y de mi brotaron dos lágrimas, una de dolor y otra de amor; una de tristeza y otra de alegría, para mantener el equilibrio cósmico.

Un viajero, una de esas personas que uno ve una sola vez en su vida, me contó que aquella constelación representaba a la diosa del amor. Que ella hizo hazañas nunca vistas ni imaginadas en un ser humano y menos en una mujer.
Me contó que se enfrentó a un rey, a unos leones; y que llegó a enfrentarse a un dios. No ganó, no salió victoriosa ni tampoco viva de los enfrentamientos. Con el rey perdió a su hijo, se lo arrebataron, con los leones perdió su vida y con el dios ganó todo lo que había perdido.
La devoción que esta mujer mostró en vida fue la justificación para hacer de su fidelidad al amor la inmortalidad en aquel planeta que está radiante y parece que late, al cambiar de colores.

Un ciego me contó, entre risas que para el las estrellas eran como millones de granos de arena desparramados y vistos como en microscopios. Que el ver las estrellas era un juego tan fascinante como acariciar a la arena o mirar la espuma de las olas.

Una anciana me dijo, mientras compartíamos unos mates en un desierto sin nombre, que las estrellas para ella eran como los cachetes regordetes de un niño pecoso. Era algo tan bello y dulce, tan tierno y amoroso como el poder sentir en las manos esos cachetes y poder apretarlos suavemente, no más de la cuenta ya que no quería perderse el poder seguir sintiendo a las estrellas en sus manos. Y es por ello que el mirar a las estrellas le daba tanto placer, porque recordaba a la niñez, a las pecas, a la infancia y a la vida.

Un hombre mientras trabajaba la tierra, que decidí acompañar y asistir, me contó que para el las estrellas eran como los libros para los que sabían leer. Él había aprendido a leer en ellas el pasado y el futuro, a leer también el presente y a leer unos dulces cuentos antes de irse a dormir, bajo ellas.

Un poeta, con quien me junté a mirar la nada, me comento, aun mirando a la nada, que las estrellas para él simbolizaban cartas de amor, cartas de guerras, poemas a escribir y misterios a develar. Las estrellas, los planetas, las constelaciones y, sobre todo, las estrellas fugaces eran los fervientes relatores de historias que algunos tantos sabían escuchar; algunos tantos como los escritores, los músicos, los poetas, algún que otro militar y faraón -ya que el bien existe por el mal y el mal existe por el bien, no cabe la posibilidad de uno sin el otro-.

Y para ir cerrando las posibilidades que representan las estrellas, como cualquier cosa que uno ve, siente, piensa, dice, hace y vive en su vida, les cuento la última historia.
Esta historia es de una niña pelirroja. Ella aún tenía esa luz en su mirar y en su hacer que habita en la gente antes de alienarse y ausentarse de su vida.

Ella no me contó ninguna historia cuando yo le pregunté sobre las estrellas; ella ni me dijo nada ni me dibujó nada. Mas pude notar en su cara que estaba desarrollando su explicación.
Su silencio fue sentido por mi como eterno, mi impaciencia y mis ganas de saber casi arruinan la respuesta; gracias al silencio que me mantuvo callado, pude recibir una respuesta que me deslumbró.
La niña me pide que me agache, y lo hago. Y tan solo dice: "Para mi las estrellas significan esto", acto seguido me da un beso en la mejilla.
Uno de esos besos que uno le gustaría guardar en su corazón para tenerlos como recordatorio de lo que representa el amor.
Luego del beso tomo su distancia, la que tenia antes de acercarse y medio sonrojada y con una pizca de vergüenza me mira y la miro.
Nos miramos y le digo dos cosas. "Gracias". "Me explicaste de la mejor forma lo que son las estrellas. Te comparto estrellas" y le doy un beso yo en su mejilla ruborizada.
Luego tomo la distancia que había antes de multiplicar las estrellas.

- Por fecha 19/09/2013 - 

Matías Hugo Figliola

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