Andaba buscando confianza. Andaba buscando seguridad. Andaba buscando respeto, prestigio, importancia. Andaba buscando cosas que no eran lo que debía encontrar.
Buscaba por un hecho de buscar, para no encontrar. Porque dicen que el que busca encuentra, pero encuentra lo que busca y a veces lo que busca no es lo que desea en verdad.
Por ello yo pienso que el que busca, debe saber que encontrar; porque sino quedara en el ciclo sin fin del buscar sin deseo, del tener solo por ego.
Todo esto realizo esta persona, lo digo porque lo vi. Lo vi y lo viví. Lo vi, lo viví y lo sentí.
Todo esto busco; busco y busco. Pensaba que por allí andaba la cuestión.
Con el tiempo fue sacando búsquedas y fue quedándose con la búsqueda primaria; la búsqueda de la confianza.
Pudo ir comprendiendo que las demás cosas eran a partir de un confiar en uno mismo; es decir que las demás búsquedas eran tan solo un girar para desorientarse de la confianza. Pudo ver que el ruido estaba interfiriendo en su hacer, en su buscar.
Una tarde, medio nublada y soleada. Una tarde con viento suave y pájaros cantando. Una tarde, sencillamente una tarde, el pudo ver algo que antes no había visto.
Esa tarde el vio que lo que buscaba no era lo que realmente debía tener consigo mismo. Vio que también la búsqueda de la propia confianza era un ruido; era un ruido más como los otros tantos ruidos que había sacado.
Y por ello sacó también a la confianza de su búsqueda. Había encontrado el camino correcto, había encontrado desde donde nacía la cascada que tanto había analizado, la cual le serviría en su hacer y vivir.
Todo comenzaba no por su confianza, todo comenzaba por el creer.
El creer, la fe. Comenzaba en esa aceptación, en esa posición de aceptación de las posibilidades como posibles y de liberarse a esas posibilidades; de quitarse la propia limitación por sobre las cosas y por sobre si mismo.
La confianza cae como gotas de lluvia cuando se cree, se acepta, se tiene fe en que la lluvia sucede y que es algo real.
La fe, el creer, la aceptación. Y esto no es una búsqueda; esto ya es una aceptación de la realidad, en donde no cabe ninguna idea, ningún miedo, ningún ruido ni inseguridad.
Allí no existe ni la seguridad ni la inseguridad, ni la confianza ni la falta de confianza; allí no existe el valorarse o desvalorizarse.
Allí existe el tener fe. Fe como aceptación divina, sintiéndola en el corazón -en el pecho-, salteándose el proceso cronológico analítico del humano de que todo debe comenzar por la cabeza y las ideas.
Y así fue como un día dejo de buscar. Acepto, comprendió que la fe se vibra, se habita y es. Con esta fuerza vital estaba en la senda correcta y por ello dejo de buscar, porque estaba viviendo.
Siempre algo mejor que buscar es vivir.
Buscaba por un hecho de buscar, para no encontrar. Porque dicen que el que busca encuentra, pero encuentra lo que busca y a veces lo que busca no es lo que desea en verdad.
Por ello yo pienso que el que busca, debe saber que encontrar; porque sino quedara en el ciclo sin fin del buscar sin deseo, del tener solo por ego.
Todo esto realizo esta persona, lo digo porque lo vi. Lo vi y lo viví. Lo vi, lo viví y lo sentí.
Todo esto busco; busco y busco. Pensaba que por allí andaba la cuestión.
Con el tiempo fue sacando búsquedas y fue quedándose con la búsqueda primaria; la búsqueda de la confianza.
Pudo ir comprendiendo que las demás cosas eran a partir de un confiar en uno mismo; es decir que las demás búsquedas eran tan solo un girar para desorientarse de la confianza. Pudo ver que el ruido estaba interfiriendo en su hacer, en su buscar.
Una tarde, medio nublada y soleada. Una tarde con viento suave y pájaros cantando. Una tarde, sencillamente una tarde, el pudo ver algo que antes no había visto.
Esa tarde el vio que lo que buscaba no era lo que realmente debía tener consigo mismo. Vio que también la búsqueda de la propia confianza era un ruido; era un ruido más como los otros tantos ruidos que había sacado.
Y por ello sacó también a la confianza de su búsqueda. Había encontrado el camino correcto, había encontrado desde donde nacía la cascada que tanto había analizado, la cual le serviría en su hacer y vivir.
Todo comenzaba no por su confianza, todo comenzaba por el creer.
El creer, la fe. Comenzaba en esa aceptación, en esa posición de aceptación de las posibilidades como posibles y de liberarse a esas posibilidades; de quitarse la propia limitación por sobre las cosas y por sobre si mismo.
La confianza cae como gotas de lluvia cuando se cree, se acepta, se tiene fe en que la lluvia sucede y que es algo real.
La fe, el creer, la aceptación. Y esto no es una búsqueda; esto ya es una aceptación de la realidad, en donde no cabe ninguna idea, ningún miedo, ningún ruido ni inseguridad.
Allí no existe ni la seguridad ni la inseguridad, ni la confianza ni la falta de confianza; allí no existe el valorarse o desvalorizarse.
Allí existe el tener fe. Fe como aceptación divina, sintiéndola en el corazón -en el pecho-, salteándose el proceso cronológico analítico del humano de que todo debe comenzar por la cabeza y las ideas.
Y así fue como un día dejo de buscar. Acepto, comprendió que la fe se vibra, se habita y es. Con esta fuerza vital estaba en la senda correcta y por ello dejo de buscar, porque estaba viviendo.
Siempre algo mejor que buscar es vivir.
- Por fecha 21/10/2013 -
Matías Hugo Figliola
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