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El padeciente

Se quejaba y lamentaba. Maldecía el no haber podido conocer diversos lugares del mundo.
Que habrá sido de París. Que flores habrán salido en los prados de Finlandia.
Que meditaciones habrán meditado en la india. Que cascadas habrán jugado con el agua, el cielo y la naturaleza en Vietnam.

Que pájaros habrán pasado volando por fría Rusia. Que rugidos me habré perdido en el Congo.
Que animales exóticos, como un lento perezoso, me habré perdido en el Amazonas. Cuantos aligatores me habré perdido ver tomando sol en las playas de Australia.

Todo esto lo decía en un mar de lágrimas y una penuria gesticulada para que todos la pudiesen sentir y compadecerse.

Y ya era grande para viajar. Y ya estaba cansado como para viajar. Y ya no tenía las posibilidades que supo tener y que eligió posponer en un pasado.

Y su lamento llegaba a todos, como lamento y dolor. Y todos tomaban ese lamento y se lamentaban por él.

Estaban ya varios lamentándose por los viajes y las cosas cosas que se había perdido y ya se estaba transformando en una epidemia de perdidas y de dolores y de tristezas

Tan solo una persona pareció inmune a todo ese ruido. Este hombre, aun más viejo, se acercó calmadamente y se sentó junto al hombre padeciente.
Se quedó en silencio mirándolo; primero escuchando todo el armamento de dolores y de tristezas que este hombre tenía.
Siguió sentado y en silencio y este hombre ya no tenía más que decir y llegó el silencio.

El anciano lo miraba con una sonrisa y con calma; se podía decir que lo miraba en paz y con amor.

A los dos minutos de silencio le dijo que sin mover sus ojos ni su cabeza le comentara que árboles había en su derredor; cuantos pájaros y de que razas estaban por allí. Que le dijera si habían hormigas por el piso o no, hacia que árbol iban y donde estaba su hogar.
Que sin mover sus ojos le dijera si el cielo estaba nublado o no, y que estilo tenían las nubes si es que habían.

Le pidió que le contara de lo que estaba a su derredor y luego volvió a callarse. El silencio nuevamente se asentó entre ambos dos.

El hombre no supo que árboles habían, ni si habían pájaros ni hormigas, ni perros ni gatos. No sabía si estaba muy nublado o era tan solo una nube pasando por bajo el sol. No supo decirle que estilo de árboles le daban sombra, y si eran varios o uno solo. No supo contarle si el pasto era pasto o tierra.

Y entre balbuceos, significante de ignorancia, le dijo que no sabía, que no podía decirle lo que le había preguntado.

El anciano lo mira, todavía en silencio, y le sonríe con mucha paz en su expresión. Y luego, en una corta oración le dice: "Te has estado quejando y lamentando de tanto. Te has martirizado de tu pasado, de tus perdidas y de lo que no esta aquí. Y aquí te encuentras y ni lo sabes, y te encuentras ausente. Perdiéndote de las maravillas de la naturaleza que tanto dices no haber podido ver. Perdiéndote de las experiencias amorosas e intensas que tanto dices que no has podido vivir.
Es decir que te encuentras padeciendo un pasado que ya paso; y ese pasado lo padeces en este presente, que es el único lugar en donde se remedian las cosas y se puede vivir la vida.
La vida es lo que esta pasando y tu no lo ves; la vida es lo que tu dices no haber vivido y en verdad no la estas viviendo.
Te regalo esta imagen que tan solo es una imagen y que tu podrás nutrirte de ella o no.
Abrazos y que puedas retomar tu vida como la vive un niño, y que recuerdes que la vida esta aquí y ahora."

Se levanto y cogió su mochila. Se la colocó en su espalda y en ella, el ex-padeciente pudo leer una frase que decía "Entre ruidos y ruidos hay quienes te enseñan el camino. Despierta y ándalo. Despierta y vive tu vida."

- Por fecha 12/11/2013 - 

Matías Hugo Figliola

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