Siempre sonreía. Siempre se lo veía contento.
Había perdido hace un tiempo largo a una mula que lo ayudaba cargando las cosas desde el pueblo hasta su cabaña; y nunca pudo reemplazarla por otra mula u otro animal.
Sus pies estaban lastimados ya que desde hace unos meses estaba caminando descalzo; sus calzados se habían ido rompiendo y gastando uno tras otro.
El pelo ya no bailaba en su cabeza al sonido del viejo, al ritmo de la libertad; se había ido yendo de a poco, como las hojas en otoño.
Su casa era pequeña, no tenía mas que dos habitaciones, donde había vivido con su pareja por tantos largos años pero que hace tan solo una semana se había ido, había pasado a otro plano.
El hombre, este hombre adulto de arrugas visibles, manos marcadas y cuerpo cansado, seguía sonriendo. Todos en el pueblo y los vecinos de la montaña lo veían sonriendo.
Era algo que no comprendían, como podía estar sonriendo. Algunos dijeron que estaba feliz porque negaba su realidad; otros dijeron que estaba totalmente triste pero que era un mentiroso.
Se llegó a decir que estaba sencilla y completamente loco, que había ido perdiendo el sentido cabal de la vida y que ya no comprendía la realidad de su imaginación.
Una tarde, en la que el hombre pasaba caminando con sus pies desprotegidos, su cuerpo cansado y una bolsa de cinco kilos de papas en su espalda, un joven curioso quiso saber ese misterio que envolvía al viejo.
Su intriga pudo mas que su imaginación y fue a saber, para dejar de suponer; algo que lo tenía muy ocupado en el día, suponer las cosas del viejo.
Se pone junto al hombre y, joven y adulto, van caminando hacia la casa. Le pregunta, como con cuidado si quiere que le lleve la bolsa que llevaba, a lo cual le respondió que sería un placer ser ayudado.
Lo segundo, y ya habiendo caminado unos largos cientos de metros, fue preguntarle sobre las cosas que se decían. Con cierto tacto el joven le pregunta si era consciente de todo lo que le había pasado en su vida, de las cosas que le habían tocado vivir, de las perdidas y frustraciones que tuvo. Siguió preguntando sobre la mula, la casa, la mujer, sus pies, el peso, las deudas y dolencias.
Preguntó de todo, y a todo el anciano le contestaba que si; que él entendía su situación. Comprendía la perdida de su mujer, las deudas que lo consumían y las vicisitudes que estaba afrontando.
Entonces, el joven ya medio angustiado por escuchar todo el relato y ver que el viejo no era un loco sino una persona bien cuerda, le pregunto como podía ser que siguiera sonriendo y con ganas, paseándose como si todo estuviese bien y sereno.
El viejo, frenó su andar y esperó hasta que el joven frenase también. Ya los dos detenidos se juntaron con las miradas y el viejo le dijo:
"tengo dos opciones en mi vida frente a todas las cosas que me sucedieron, suceden y sucederán. Puedo deprimirme, angustiarme, revelarme, odiar, resentirme, abandonarme, martirizarme, darme propia pena o tan solo puedo sonreír a la vida y ponerle aquella belleza que esta frente a nuestras narices y no nos damos cuenta.
La pérdida es pérdida, en si, si nos aferramos a ella. Sino es tan solo cambio y vida, que son la misma cosa.
Me duele y entristece haber perdido a mi mujer, por ejemplo, pero si ahora me deprimo y abandono estaría decretando que todo termino y no es así; mi vida sigue andando y yo sigo existiendo en ella."
El joven no dijo nada; sencillamente lo miró y comprendió tres cosas.
- Uno elije como ver y como vivir su vida
- La diferencia entre un loco y un sabio es la pregunta correcta
- Uno aprende a cada momento, y tiene que estar dispuesto a hacer nuevas cosas para conocer nuevos aprendizajes.
Y allí se formo una nueva historia, del joven y el anciano. El maestro y el aprendiz
Había perdido hace un tiempo largo a una mula que lo ayudaba cargando las cosas desde el pueblo hasta su cabaña; y nunca pudo reemplazarla por otra mula u otro animal.
Sus pies estaban lastimados ya que desde hace unos meses estaba caminando descalzo; sus calzados se habían ido rompiendo y gastando uno tras otro.
El pelo ya no bailaba en su cabeza al sonido del viejo, al ritmo de la libertad; se había ido yendo de a poco, como las hojas en otoño.
Su casa era pequeña, no tenía mas que dos habitaciones, donde había vivido con su pareja por tantos largos años pero que hace tan solo una semana se había ido, había pasado a otro plano.
El hombre, este hombre adulto de arrugas visibles, manos marcadas y cuerpo cansado, seguía sonriendo. Todos en el pueblo y los vecinos de la montaña lo veían sonriendo.
Era algo que no comprendían, como podía estar sonriendo. Algunos dijeron que estaba feliz porque negaba su realidad; otros dijeron que estaba totalmente triste pero que era un mentiroso.
Se llegó a decir que estaba sencilla y completamente loco, que había ido perdiendo el sentido cabal de la vida y que ya no comprendía la realidad de su imaginación.
Una tarde, en la que el hombre pasaba caminando con sus pies desprotegidos, su cuerpo cansado y una bolsa de cinco kilos de papas en su espalda, un joven curioso quiso saber ese misterio que envolvía al viejo.
Su intriga pudo mas que su imaginación y fue a saber, para dejar de suponer; algo que lo tenía muy ocupado en el día, suponer las cosas del viejo.
Se pone junto al hombre y, joven y adulto, van caminando hacia la casa. Le pregunta, como con cuidado si quiere que le lleve la bolsa que llevaba, a lo cual le respondió que sería un placer ser ayudado.
Lo segundo, y ya habiendo caminado unos largos cientos de metros, fue preguntarle sobre las cosas que se decían. Con cierto tacto el joven le pregunta si era consciente de todo lo que le había pasado en su vida, de las cosas que le habían tocado vivir, de las perdidas y frustraciones que tuvo. Siguió preguntando sobre la mula, la casa, la mujer, sus pies, el peso, las deudas y dolencias.
Preguntó de todo, y a todo el anciano le contestaba que si; que él entendía su situación. Comprendía la perdida de su mujer, las deudas que lo consumían y las vicisitudes que estaba afrontando.
Entonces, el joven ya medio angustiado por escuchar todo el relato y ver que el viejo no era un loco sino una persona bien cuerda, le pregunto como podía ser que siguiera sonriendo y con ganas, paseándose como si todo estuviese bien y sereno.
El viejo, frenó su andar y esperó hasta que el joven frenase también. Ya los dos detenidos se juntaron con las miradas y el viejo le dijo:
"tengo dos opciones en mi vida frente a todas las cosas que me sucedieron, suceden y sucederán. Puedo deprimirme, angustiarme, revelarme, odiar, resentirme, abandonarme, martirizarme, darme propia pena o tan solo puedo sonreír a la vida y ponerle aquella belleza que esta frente a nuestras narices y no nos damos cuenta.
La pérdida es pérdida, en si, si nos aferramos a ella. Sino es tan solo cambio y vida, que son la misma cosa.
Me duele y entristece haber perdido a mi mujer, por ejemplo, pero si ahora me deprimo y abandono estaría decretando que todo termino y no es así; mi vida sigue andando y yo sigo existiendo en ella."
El joven no dijo nada; sencillamente lo miró y comprendió tres cosas.
- Uno elije como ver y como vivir su vida
- La diferencia entre un loco y un sabio es la pregunta correcta
- Uno aprende a cada momento, y tiene que estar dispuesto a hacer nuevas cosas para conocer nuevos aprendizajes.
Y allí se formo una nueva historia, del joven y el anciano. El maestro y el aprendiz
- Por fecha 31/01/2014 -
Matías Hugo Figliola
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