Tomaban de la misma copa. Jugaban con las mismas maderas.
Dormían en camas iguales y se tapaban con mantas labradas por la misma persona, que provenían de la mismas ovejas.
Reían de la misma manera y lloraban las mismas lágrimas. Saltaban de igual modo y corrían con la misma técnica.
Eran iguales en fisionomía. Estaban compuestos por misma cantidad de ojos, misma cantidad de brazos, manos, pies, uñas y piernas también.
Entendían la misma lengua, como también podían hablar la misma lengua. Ingerían la comida por la boca, que se encontraba en el mismo lugar en ambos dos. Inhalaban y exhalaban el mismo aire el cual iba al mismo receptáculo, los pulmones, para nutrir con oxígeno a todos los órganos y células. Este oxígeno se mezclaba con la sangre, que era del mismo color y densidad en ambos dos y que era impulsada por el mismo órgano, el corazón.
Todo era idéntico, todo era lo mismo; todo era igual. Ellos se sabían hermanos, sin serlo ya que sus padres eran diferentes. Aún así ellos se veían como hermanos, como idénticos aun teniendo aquellas diferencias como el color de los ojos o del pelo y la densidad del mismo en el cuerpo y cabeza.
Todo era idéntico hasta que les dijeron que eran diferentes. Que aquel niño no era bueno, que era malo. Que aquel niño era peligroso, no era seguro estar con el. Que aquel niño era malvado.
Eran niños, eran puros. Ellos no podían concebir que un adulto le diga tal cosa, y que esta fuese errónea o mentira. Ellos eran niños, eran puros.
Y dejaron de ser puros, dejaron de ser niños. Dejaron de ver a su amigo de siempre; a su hermano de otros padres como un amigo, como un hermano. De a poco, fueron calando las palabras de los adultos.
De a poco fueron distanciándose y mirándose con miedo, odio y rechazo. De a poco se hicieron dos desconocidos y nunca más volvieron a verse del mismo modo.
Y una tarde, ya tarde en sus vidas, se volvieron a cruzar estos dos niños, ya adultos. Se miraron con odio y cuidado; ambos dos miraban las manos del otro, buscando en ellas una daga escondida pronta a asesinarlo. Hasta que los nietos de ellos llegaron al encuentro, como mediadores de la pureza y la niñez perdida.
Y antes de partir de este plano, de esta vida, de este mundo, ellos pudieron ver en sus nietos a si mismos. Pudieron sentarse un segundo y arremangarse y ponerse a jugar los cuatro con una madera, a tomar del mismo agua y a reír de la misma forma.
Y allí volvieron a ser niños los adultos. Y allí volvieron a reconocerse como hermanos; y volvieron a llorar las mismas lágrimas y a amarse como hermanos que eran.
Dormían en camas iguales y se tapaban con mantas labradas por la misma persona, que provenían de la mismas ovejas.
Reían de la misma manera y lloraban las mismas lágrimas. Saltaban de igual modo y corrían con la misma técnica.
Eran iguales en fisionomía. Estaban compuestos por misma cantidad de ojos, misma cantidad de brazos, manos, pies, uñas y piernas también.
Entendían la misma lengua, como también podían hablar la misma lengua. Ingerían la comida por la boca, que se encontraba en el mismo lugar en ambos dos. Inhalaban y exhalaban el mismo aire el cual iba al mismo receptáculo, los pulmones, para nutrir con oxígeno a todos los órganos y células. Este oxígeno se mezclaba con la sangre, que era del mismo color y densidad en ambos dos y que era impulsada por el mismo órgano, el corazón.
Todo era idéntico, todo era lo mismo; todo era igual. Ellos se sabían hermanos, sin serlo ya que sus padres eran diferentes. Aún así ellos se veían como hermanos, como idénticos aun teniendo aquellas diferencias como el color de los ojos o del pelo y la densidad del mismo en el cuerpo y cabeza.
Todo era idéntico hasta que les dijeron que eran diferentes. Que aquel niño no era bueno, que era malo. Que aquel niño era peligroso, no era seguro estar con el. Que aquel niño era malvado.
Eran niños, eran puros. Ellos no podían concebir que un adulto le diga tal cosa, y que esta fuese errónea o mentira. Ellos eran niños, eran puros.
Y dejaron de ser puros, dejaron de ser niños. Dejaron de ver a su amigo de siempre; a su hermano de otros padres como un amigo, como un hermano. De a poco, fueron calando las palabras de los adultos.
De a poco fueron distanciándose y mirándose con miedo, odio y rechazo. De a poco se hicieron dos desconocidos y nunca más volvieron a verse del mismo modo.
Y una tarde, ya tarde en sus vidas, se volvieron a cruzar estos dos niños, ya adultos. Se miraron con odio y cuidado; ambos dos miraban las manos del otro, buscando en ellas una daga escondida pronta a asesinarlo. Hasta que los nietos de ellos llegaron al encuentro, como mediadores de la pureza y la niñez perdida.
Y antes de partir de este plano, de esta vida, de este mundo, ellos pudieron ver en sus nietos a si mismos. Pudieron sentarse un segundo y arremangarse y ponerse a jugar los cuatro con una madera, a tomar del mismo agua y a reír de la misma forma.
Y allí volvieron a ser niños los adultos. Y allí volvieron a reconocerse como hermanos; y volvieron a llorar las mismas lágrimas y a amarse como hermanos que eran.
- Por fecha 05/06/0214 -
Expectativa Cero
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