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La telaraña y la realidad

Le grito, le insulto. Le denigró y reprimió sus deseos y vocación. Le dijo que no servía y que no iba a conseguir nada.
Le hizo saber que vivía en un sueño y que debía volver a esta realidad (a su realidad).
De a poco fue socavando la voluntad, de a poco fue pitando sobre la columna de la convicción y del deseo; y de a poco ella cayo de sus deseos y vocación.
Ella cayo de lo que la vinculaba con su mejor parte; y al caer se golpeo bien fuerte. Se golpeo como para dejarlo como herencia.
Y así ella comenzó a vivir la realidad; que sin saberlo era la realidad que aquel que había socavado su voluntad le había impuesto.
Y no es que él otro fue el malo; no es que él era consciente de su acción. Tan solo repetía lo que le habían enseñado, tan solo era uno más del ciclo que se había impuesto de generación tras generación. Un ciclo inconsciente, un ciclo de cuerdas invisibles que entre ellas se anudan para crear una telaraña y que por esta nadie pueda salir, ni crecer, ni ser ella o el o ellos mismos.

Ella creció sabiendo que lo suyo era esta realidad, que los sueños que había tenido eran sueños, anhelos y deseos de niña; y que nada de eso tenía que ver con la realidad, con esta realidad al menos.

Hasta aquí llega todo para los que viven este tipo de realidad. Hasta aquí y no más.
Todo comienza a ser un repetir de hacer, de pensar, de sentir y de repetirse. Sigue siendo lo mismo de siempre, con lo mismo de siempre y se conforma una vez más, una vuelta más en la telaraña de imposibilidades inconscientes para vivir en esta realidad, esta no y la de deseos y vocaciones; esta realidad y no la que uno siente realmente.

Pero esta historia no termina aquí. Ella no fue una de estas personas. Ella no pudo dominarse a ella misma; su deseo fue más fuerte y su convicción fue bello motor.
Sus columnas fueron nuevamente construidas. Su convicción y su deseo fueron nuevamente generadas dentro suyo.
Ella sonrió y pudo ver otras realidades; pudo ver que la realidad impuesta no era la que la vinculaba con ella misma. Ella sentía diverso, veía diverso, decía y sentía diverso. Ella pertenecía a si misma y esto conformaba otra realidad, la suya.

Dejo de vivir repetida, dejo de hacer y decir repetida. Dejo de sentir repetida. Dejo de ser la repetición de sus antepasados, de sus ancestros.Dejo de cargar con la carga inconsciente de que nada se puede lograr y que tan solo hay que luchar y seguir hasta morir, y que hay que negar a la muerte por sobre todo -la muerte en tanto pérdida-.

Todo sucedió una tarde repetida, una tarde cualquiera. Y sucedió sin ella saberlo ni darse cuenta.
Ni ella se dió cuenta ni su linaje; el miedo no lo vio ni tampoco los dogmas. En un momento en el que todos estuvieron ausentes de su vida, ella misma estuvo con ella.
La niña aquella que vibraba y sentía, vibró y sintió. Y con ella toda la luz y el amor del universo.

En un segundo de descuido, la vida la habitó y de a poco fue creciendo dentro de ella. No era un hijo en su vientre, era ella misma en su vida la que la habitaba.
Y, con largos años de trabajo, se fue desprendiendo de las cargas que no le pertenecían. Fue disolviendo los pesos irreales que sobre ella pesaban.

La telaraña fue dejando de ser tal, para ser tan solo un pasado, sin posibilidad alguna de retenerla a ella, ni a su descendencia.
Y ella comenzó a vivir su realidad, a vivir tal cual ella deseaba vivir. Sin extravagancias ni negaciones. Con amor y gratitud.

Y esta fue el nuevo linaje que ella marco a su descendencia. Esta fue el nuevo halo de luz que posó sobre los nuevos visitantes a esta experiencia llamada vida.
Y su linaje no fueron tan solo sus hijos, sino todo aquel o aquella persona que con ella se vinculase.

Y la realidad, tuvo un nuevo significado.
Y la vida tuvo un nuevo tono al ser vivida.

- Por fecha 27/06/2014 - 

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