La madera crepitaba con el aumento de la temperatura. Y el fuego iba pintando nuevos colores y tomando nuevas formas.
La madera no rechazaba al fuego, sino que se dejaba poseer y se mezclaba con el. Ambos dos jugaban en la creación de colores, formas y estilos. Ambos dos se sabían uno parte del otro y gozaban de esta experiencia.
Durante el transcurso de toda la noche, la madera y el fuego fueron, apasionadamente, viviendo su experiencia. Se vivieron sentidamente y se supieron estar en pleno juego y placer.
Ninguna de las dos partes se pregunto que había pasado antes no que iba a pasar después; eso no era relevante para ellas. Ellas estaban creando, estaban co-creando belleza ahora; y esto era lo que les hacia continuar en ese estado y acto.
Y la noche fue pasado, y la madera se fue consumiendo; y el fuego fue apagándose.
Llegó el momento en el que ya no quedó madera ni quedó fuego.
Llegó el momento en el que tan solo había cenizas y espacio vacío.
Ya no había madera ni fuego, no había calor ni creación. Todo había vuelvo a tener la tonalidad que el sol le daba.
Y transcurrió en una noche, en una noche de otoño, en una montaña al oeste del horizonte, en donde tan solo la naturaleza participaba.
Quien pudiese vivir como la madera, apasionadamente sintiendo la vida brotar y darle calor.
Quien pudiera vivir sabiendo que todo se acaba y sin preocuparse por ello. Sintiendo el juego del vivir y de todas las cosas en este único -y eterno- momento.
Quien viva como la madera y el fuego; es quien vive la vida con color, luz y forma. Con su estilo particular para co-crear, entre él/ella y la vida, vida y júbilo en el vivir.
Ya que aunque nuestra existencia dure más de una noche; tan solo durará menos de cien años.
La madera no rechazaba al fuego, sino que se dejaba poseer y se mezclaba con el. Ambos dos jugaban en la creación de colores, formas y estilos. Ambos dos se sabían uno parte del otro y gozaban de esta experiencia.
Durante el transcurso de toda la noche, la madera y el fuego fueron, apasionadamente, viviendo su experiencia. Se vivieron sentidamente y se supieron estar en pleno juego y placer.
Ninguna de las dos partes se pregunto que había pasado antes no que iba a pasar después; eso no era relevante para ellas. Ellas estaban creando, estaban co-creando belleza ahora; y esto era lo que les hacia continuar en ese estado y acto.
Y la noche fue pasado, y la madera se fue consumiendo; y el fuego fue apagándose.
Llegó el momento en el que ya no quedó madera ni quedó fuego.
Llegó el momento en el que tan solo había cenizas y espacio vacío.
Ya no había madera ni fuego, no había calor ni creación. Todo había vuelvo a tener la tonalidad que el sol le daba.
Y transcurrió en una noche, en una noche de otoño, en una montaña al oeste del horizonte, en donde tan solo la naturaleza participaba.
Quien pudiese vivir como la madera, apasionadamente sintiendo la vida brotar y darle calor.
Quien pudiera vivir sabiendo que todo se acaba y sin preocuparse por ello. Sintiendo el juego del vivir y de todas las cosas en este único -y eterno- momento.
Quien viva como la madera y el fuego; es quien vive la vida con color, luz y forma. Con su estilo particular para co-crear, entre él/ella y la vida, vida y júbilo en el vivir.
Ya que aunque nuestra existencia dure más de una noche; tan solo durará menos de cien años.
- Por fecha 13/02/2015 -
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