"El sol salió tanto para mis ojos como para los tuyos; tan solo yo abro mis ojos, mientras tu cierras tus ojos y los fuerzas por no ver."
Me dijo esto esto con la sonrisa de quien está en paz, aquella sonrisa que no es ni forzada ni que muestra todos los dientes. Es aquella sonrisa que denota que la paz proviene de su corazón.
Yo lo escuche, queriendo comprender lo que me decía; es decir, quería poder aprehender la información que me estaba dando.
Estaba ciego, y eso si lo sentía, pero no podía ver lo que el me mostraba.
Sus palabras se repetían en mi mente, como un eco que nunca se acaba. "mientras tu cierras tus ojos y los fuerzas por no ver."...
Se repetían sin sentido dentro de mi cabeza y quería comprender como era posible que tuviese cerrado mis ojos y que, peor aún, lo hiciese con toda mi fuerza.
Sus palabras me atraparon y me senté en aquella roca, en aquella colina. Y me dispuse a mirar lo que había por ver, y comencé viendo a los niños y sus madres, a los perros y a los arboles; al camino y a la gente transitándolo.
Mientras más miraba, mas sentía que mis ojos seguían cerrados.
Este hacer se transformo en un ritual para mi; cada día tomó la seriedad de abrir mis ojos y ver.
El se sentó junto a mi, con sutileza y gracia. Me dijo "cuanta más fuerza hagas por ver, es cuanto más lo resistes. Permítete observar la vida."
Entre mis debates y momentos de lucidez fui pudiendo ver la diferencia que el me planteaba.
Ver y mirar no es lo mismo.
De a poco pude ir sintiendo esto, de a poco pude ir comprendiendo la diferencia. No tiene que ver con la palabra en si; tiene que ver desde el lugar en que yo esté observando.
Una mañana este hombre pasó y me dijo en voz baja "veo que ya tus ojos están viendo la luz; veo que estas pudiendo observar todo lo que el universo te da".
Hoy en día no recuerdo quien era esta persona. Como que nunca la podía ver, aunque si escuchar.
Su voz era muy cerca y con un tono muy conocido... hasta podría decir que era yo quien me estaba asistiendo para aprender a observar la vida.
Me dijo esto esto con la sonrisa de quien está en paz, aquella sonrisa que no es ni forzada ni que muestra todos los dientes. Es aquella sonrisa que denota que la paz proviene de su corazón.
Yo lo escuche, queriendo comprender lo que me decía; es decir, quería poder aprehender la información que me estaba dando.
Estaba ciego, y eso si lo sentía, pero no podía ver lo que el me mostraba.
Sus palabras se repetían en mi mente, como un eco que nunca se acaba. "mientras tu cierras tus ojos y los fuerzas por no ver."...
Se repetían sin sentido dentro de mi cabeza y quería comprender como era posible que tuviese cerrado mis ojos y que, peor aún, lo hiciese con toda mi fuerza.
Sus palabras me atraparon y me senté en aquella roca, en aquella colina. Y me dispuse a mirar lo que había por ver, y comencé viendo a los niños y sus madres, a los perros y a los arboles; al camino y a la gente transitándolo.
Mientras más miraba, mas sentía que mis ojos seguían cerrados.
Este hacer se transformo en un ritual para mi; cada día tomó la seriedad de abrir mis ojos y ver.
El se sentó junto a mi, con sutileza y gracia. Me dijo "cuanta más fuerza hagas por ver, es cuanto más lo resistes. Permítete observar la vida."
Entre mis debates y momentos de lucidez fui pudiendo ver la diferencia que el me planteaba.
Ver y mirar no es lo mismo.
De a poco pude ir sintiendo esto, de a poco pude ir comprendiendo la diferencia. No tiene que ver con la palabra en si; tiene que ver desde el lugar en que yo esté observando.
Una mañana este hombre pasó y me dijo en voz baja "veo que ya tus ojos están viendo la luz; veo que estas pudiendo observar todo lo que el universo te da".
Hoy en día no recuerdo quien era esta persona. Como que nunca la podía ver, aunque si escuchar.
Su voz era muy cerca y con un tono muy conocido... hasta podría decir que era yo quien me estaba asistiendo para aprender a observar la vida.
- Por fecha 23/02/2015 -
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