El dolor no está bien visto, al dolor lo tenemos mal catalogado. Lo vinculamos con algo negativo y hoy, creo y siento es honesto comentar las virtudes del dolor, darle ese galardón que pocos sabemos darle.
El dolor es aquel estado que te recuerda que estás vivo. Te conecta con la vida misma, aunque sea desde un lugar al que no queremos ir, ni ver.
El dolor despierta tus sentidos, abre tus ojos, acalla tu boca.
El dolor ayuda a que tu corazón lata y brote lo negado por todo tu cuerpo.
Y porque, se podrían preguntar, que esto es algo positivo y bueno?. Y tan solo podría decirles que poder sanar lo negado siempre es bueno, es bello, es liberador.
Afrontar el dolor interno, quitando excusas y justificativos en el afuera hace que uno pierda. Pierde toda posibilidad de escape, de esquive y de negación.
El dolor está aquí, presente, frente a mi. Tan frente que está en mis propios ojos, piel y saliva que trago y raspa por mi garganta.
El dolor me permite bajar hasta mi cueva más profunda, mi catacumba de negación. El dolor allí es mi guía y asistente.
El nunca me lastimaría, ni lastimará; ni menos me lastimó en el pasado.
Este concepto nos lo enseñaron y nos lo hicieron repetir por casi una eternidad -o al menos por casi esta vida-. Nos dijeron que al dolor hay que tenerlo lejos o acallarlo, y es justamente lo contrario.
El valor de ver al dolor, el coraje de sentir es algo revelador, es un acto épico de amor con uno mismo.
Llegar hasta aquel lugar que nunca quisimos visitar, llegar y abrazar a aquel niño que quisimos negar.
Sentir dolor sin buscar otra explicación ni excusa. Sentir dolor y llenar ese vacío que estaba antes y que no podíamos descifrarlo. No podíamos darle nombre porque lo tapábamos con una manta.
Y al llegar a aquel lugar tan profundo del mar, tan lejos de la superficie que la luz no penetra, vemos que podemos ver lo que creíamos no existía. Nosotros somos la luz que ilumina aquel suceso.
Y el dolor es quien nos permite resistir la presión de aquel abismo, de aquel lecho oscuro. Y es el dolor quien nos asiste para llegar y para subir.
Y aunque creemos que de aquel momento agobiante, destructivo y mutilador subimos habiendo dejado algo allí. Habiendo perdido una parte de nuestra vida, lo que hacemos es darle vida a una parte nuestra; justamente lo opuesto a lo que creemos.
Ese momento vacío, carente de color, forma y sonido pasa a tener forma, color y sonido. Es aquella presión en el pecho, aquellas lágrimas que brotan de los ojos cargados y aquel llanto silencioso -o no- que brota.
Hoy, mi dolor, toma nueva perspectiva. Hoy dejo de estar dentro del dolor para que el dolor esté dentro mio y poder sanarme con él.
Hoy es el primer paso para la re construcción de mi pasado, de mi amor, de mi persona desde un nuevo lugar.
Este nuevo lugar es desde el amor. A este nuevo lugar he llegado acompañado, asistido y cuidado por el dolor.
El dolor es aquel estado que te recuerda que estás vivo. Te conecta con la vida misma, aunque sea desde un lugar al que no queremos ir, ni ver.
El dolor despierta tus sentidos, abre tus ojos, acalla tu boca.
El dolor ayuda a que tu corazón lata y brote lo negado por todo tu cuerpo.
Y porque, se podrían preguntar, que esto es algo positivo y bueno?. Y tan solo podría decirles que poder sanar lo negado siempre es bueno, es bello, es liberador.
Afrontar el dolor interno, quitando excusas y justificativos en el afuera hace que uno pierda. Pierde toda posibilidad de escape, de esquive y de negación.
El dolor está aquí, presente, frente a mi. Tan frente que está en mis propios ojos, piel y saliva que trago y raspa por mi garganta.
El dolor me permite bajar hasta mi cueva más profunda, mi catacumba de negación. El dolor allí es mi guía y asistente.
El nunca me lastimaría, ni lastimará; ni menos me lastimó en el pasado.
Este concepto nos lo enseñaron y nos lo hicieron repetir por casi una eternidad -o al menos por casi esta vida-. Nos dijeron que al dolor hay que tenerlo lejos o acallarlo, y es justamente lo contrario.
El valor de ver al dolor, el coraje de sentir es algo revelador, es un acto épico de amor con uno mismo.
Llegar hasta aquel lugar que nunca quisimos visitar, llegar y abrazar a aquel niño que quisimos negar.
Sentir dolor sin buscar otra explicación ni excusa. Sentir dolor y llenar ese vacío que estaba antes y que no podíamos descifrarlo. No podíamos darle nombre porque lo tapábamos con una manta.
Y al llegar a aquel lugar tan profundo del mar, tan lejos de la superficie que la luz no penetra, vemos que podemos ver lo que creíamos no existía. Nosotros somos la luz que ilumina aquel suceso.
Y el dolor es quien nos permite resistir la presión de aquel abismo, de aquel lecho oscuro. Y es el dolor quien nos asiste para llegar y para subir.
Y aunque creemos que de aquel momento agobiante, destructivo y mutilador subimos habiendo dejado algo allí. Habiendo perdido una parte de nuestra vida, lo que hacemos es darle vida a una parte nuestra; justamente lo opuesto a lo que creemos.
Ese momento vacío, carente de color, forma y sonido pasa a tener forma, color y sonido. Es aquella presión en el pecho, aquellas lágrimas que brotan de los ojos cargados y aquel llanto silencioso -o no- que brota.
Hoy, mi dolor, toma nueva perspectiva. Hoy dejo de estar dentro del dolor para que el dolor esté dentro mio y poder sanarme con él.
Hoy es el primer paso para la re construcción de mi pasado, de mi amor, de mi persona desde un nuevo lugar.
Este nuevo lugar es desde el amor. A este nuevo lugar he llegado acompañado, asistido y cuidado por el dolor.
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