Y alcanzó a la luna, y suavemente la tomó entre sus dedos. Con total cuidado para no dejar registro de que el había logrado lo inalcanzable.
La tuvo consigo por un instante y luego la devolvió.
Es que había comprendido que, para que tener a la luna para el solo si al mismo momento la privaría del todo y de todos...
Antes de dejarla, le dio un tierno y sutil beso, para haber sentido el contacto con aquello que había anhelado. Para poder plasmar su logro en el mismo.
Para saber como se sintió y así recordarlo eternamente.
Y luego la luna pasó a estar allí, donde siempre se encuentra, en el firmamento. Danzando en silencio al rededor de la tierra.
Pero el ya lo sabía, y ella también; la luna danzaba para él y en devolución él le dedicaba bellos poemas y serenatas.
Y esta historia no culmina con este hombre despertando, ni con esta luna desvaneciéndose. Porque si fuese así, se entendería que fue todo un sueño o una ilusión... pura ficción; y no fue así.
Fue tan real como lo es un árbol, un beso, el olvido y el amor.
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