En el transcurso de la infancia, le fueron enseñando muchas palabras y el significado de cada una. Lo educaron para que pueda asociar rápida y efectivamente una palabra con una emoción y con un pensamiento.
Hicieron que se desconecte de su sentir y su pensar.
Le dieron un enlatado de "como ser humano" y el lo recibió sin consultar, sin analizar lo que hacía propio.
Su persona dejó de ser su persona y pasó a ser un humanoide, un humano robotizado. Las ideas no eran generadas por él, las emociones no las sentía y sus acciones no las decidía; todo era parte de un hacer sin saber, de un hacer sin consciencia.
Así creció y creyó elegir y hacer.
Así creció y creyó vivir.
Y hubiera continuado con esta falsa vida, de no ser porque hubo dentro de su cabeza una voz hablándole, la cual era más acorde con su propia voz que la que solía escuchar diariamente.
Al principio la desestimó; la despreció y se creyó loco. Lo que le solían decir cuando le contaba a sus conocidos que escuchaba una voz que estaba más afín con él.
Hubieron momentos en que empezó a prestarle atención a esa voz y empezó a sentir que eran las justas, las correctas.
Veía dentro suyo como crecía el debate entre una y otra opinión; una era la nueva, la otra la vieja.
La vieja tenía mayor firmeza, en tanto la nueva tenía resonancia con algo que provenía desde un lugar no conocido por él, pero que lo conectaba mejor consigo mismo.
Las voces y las opiniones fueron tomando más distancias, diferencias y valoraciones entre sí.
Cada momento que se sentía más loco, era en exacta proporción que se sentía mas cuerdo. A cada mayor distancia con el pensamiento y sentimiento social, más cerca se sentía de si mismo; aunque todavía no conocía bien quien era ese "yo mismo".
Y un día sucedió. En un segundo se cayeron las ideas ya pensadas y las emociones ya sentidas fuera de su cuerpo y pasaron a ser manchas en el piso; burdas manchas maquiavélicas con ciertos rastros de ira y dolor, mandato y mandamiento, ausencia y vacío.
Al instante exacto que acontecía esto, él se lleno de una luz suave y brillante; intensa pero a la cual se la puede contemplar.
Estaba él y aquella nueva experiencia. Todo lo anterior se había escurrido y ya no era posible de volvérselo a poner.
En este momento es que volvió a nacer, como le dicen aquellos que han vivido esa experiencia. Era su real nacimiento, desprovisto de lo social pero proveerse de si mismo.
Y el miedo llegó hasta su cara para asustarlo, y no pudo. Y la inseguridad le intentó hacer cosquillas en su confianza, inútilmente.
Estaba él solo, sin nadie ni nada a su lado. Así se sentía. Hasta que abrió sus ojos y vió que estaba contenido en el todo y que estaba acompañado del amor, de la vida y de la posibilidad de elegir como vivir.
Vivir, aquello que creía hacer y no hacía.
Vivir, eso que al momento que se sintió perder y fue cuando lo consiguió.
Hicieron que se desconecte de su sentir y su pensar.
Le dieron un enlatado de "como ser humano" y el lo recibió sin consultar, sin analizar lo que hacía propio.
Su persona dejó de ser su persona y pasó a ser un humanoide, un humano robotizado. Las ideas no eran generadas por él, las emociones no las sentía y sus acciones no las decidía; todo era parte de un hacer sin saber, de un hacer sin consciencia.
Así creció y creyó elegir y hacer.
Así creció y creyó vivir.
Y hubiera continuado con esta falsa vida, de no ser porque hubo dentro de su cabeza una voz hablándole, la cual era más acorde con su propia voz que la que solía escuchar diariamente.
Al principio la desestimó; la despreció y se creyó loco. Lo que le solían decir cuando le contaba a sus conocidos que escuchaba una voz que estaba más afín con él.
Hubieron momentos en que empezó a prestarle atención a esa voz y empezó a sentir que eran las justas, las correctas.
Veía dentro suyo como crecía el debate entre una y otra opinión; una era la nueva, la otra la vieja.
La vieja tenía mayor firmeza, en tanto la nueva tenía resonancia con algo que provenía desde un lugar no conocido por él, pero que lo conectaba mejor consigo mismo.
Las voces y las opiniones fueron tomando más distancias, diferencias y valoraciones entre sí.
Cada momento que se sentía más loco, era en exacta proporción que se sentía mas cuerdo. A cada mayor distancia con el pensamiento y sentimiento social, más cerca se sentía de si mismo; aunque todavía no conocía bien quien era ese "yo mismo".
Y un día sucedió. En un segundo se cayeron las ideas ya pensadas y las emociones ya sentidas fuera de su cuerpo y pasaron a ser manchas en el piso; burdas manchas maquiavélicas con ciertos rastros de ira y dolor, mandato y mandamiento, ausencia y vacío.
Al instante exacto que acontecía esto, él se lleno de una luz suave y brillante; intensa pero a la cual se la puede contemplar.
Estaba él y aquella nueva experiencia. Todo lo anterior se había escurrido y ya no era posible de volvérselo a poner.
En este momento es que volvió a nacer, como le dicen aquellos que han vivido esa experiencia. Era su real nacimiento, desprovisto de lo social pero proveerse de si mismo.
Y el miedo llegó hasta su cara para asustarlo, y no pudo. Y la inseguridad le intentó hacer cosquillas en su confianza, inútilmente.
Estaba él solo, sin nadie ni nada a su lado. Así se sentía. Hasta que abrió sus ojos y vió que estaba contenido en el todo y que estaba acompañado del amor, de la vida y de la posibilidad de elegir como vivir.
Vivir, aquello que creía hacer y no hacía.
Vivir, eso que al momento que se sintió perder y fue cuando lo consiguió.
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