Las cadenas suenan dentro de mi mente. Oxidadas y con moho.
Esclavo de mis ideas, de mis pensamientos. Dominado por dogmas, por estructuras y prejuicios.
Anduvo así por mucho tiempo, con grilletes en su corazón; para que este no lata a mayor velocidad de lo debido. Que las emociones lo mantengan en constante pulsión y reacción.
Todo era negro o blanco, y el blanco era otro negro disimulado. Él no tenía posibilidad alguna de elegir, y él creía que sí.
Sus ojos nunca dieron lágrimas, porque el dolor no se muestra. El sufrimiento sí, y por ello mártir debía ser; así se lo impusieron.
Cumplió mandatos, realizó mandamientos. Dió lo que debía, sin saber lo que quería. Más su deseo no era lo relevante, esas ideas de hippie-fantasioso.
Transcurrió su tiempo, como pasan las horas de quien está deseando su fin. Su tiempo fue su vida, ni más ni menos.
Y qué pudo vivir si no vivió nada, ni un minuto ni un segundo.
Si cuando pensó en vivir fue, simbólicamente golpeado, como sucede con el clavo y el martillo -para aplanar deseos y propuestas, someterlos a la mediocridad de las masas-.
Si cuando sintió latir su corazón por amor le dieron odio, dolor, rechazo y opio de cariño. Tuvieron anulado el sentir, para que su hacer sea robotizado -porque, qué mejor humano que el que no cuestiona y da sin pedir nada a cambio-.
Y allí llegó a su lecho, y ni ello pudo elegir; morir de la forma que debía y ser cremado o enterrado, como disponen en cada cultura y sociedad.
Murió sin vivir; por ello es que no murió -ni siquiera eso pudo-.
Pero que no decaiga el ánimo, que esta historia no termina mal; que realmente él no terminó así.
Que él soy yo. Que he regresado para aprender y entender.
Que he regresado y esta vez estoy despierto... Y sé.
Que elijo alas, no cadenas.
Que elijo vida, no mediocridad.
Que elijo vivir, no transcurrir.
Que elijo consciencia, no aceptación por mutilación.
He regresado y esta vez, mi vida me pertenece.
Y yo le pertenezco a la vida, y no a la inconsciencia de subsistir en un sistema, en una ideología que nunca me representó, representa ni representará.
Comienza una nueva posibilidad, en la que apuesto toda probabilidad a lograr mis deseos y proyectos, que están relacionados con la luz y la multiplicidad.
Estoy dispuesto y disponible. La incertidumbre es mi certeza -la seguridad solo me oprime y ahorca-.
Comienza, y yo me dispongo a jugar -a vivir-.
Esclavo de mis ideas, de mis pensamientos. Dominado por dogmas, por estructuras y prejuicios.
Anduvo así por mucho tiempo, con grilletes en su corazón; para que este no lata a mayor velocidad de lo debido. Que las emociones lo mantengan en constante pulsión y reacción.
Todo era negro o blanco, y el blanco era otro negro disimulado. Él no tenía posibilidad alguna de elegir, y él creía que sí.
Sus ojos nunca dieron lágrimas, porque el dolor no se muestra. El sufrimiento sí, y por ello mártir debía ser; así se lo impusieron.
Cumplió mandatos, realizó mandamientos. Dió lo que debía, sin saber lo que quería. Más su deseo no era lo relevante, esas ideas de hippie-fantasioso.
Transcurrió su tiempo, como pasan las horas de quien está deseando su fin. Su tiempo fue su vida, ni más ni menos.
Y qué pudo vivir si no vivió nada, ni un minuto ni un segundo.
Si cuando pensó en vivir fue, simbólicamente golpeado, como sucede con el clavo y el martillo -para aplanar deseos y propuestas, someterlos a la mediocridad de las masas-.
Si cuando sintió latir su corazón por amor le dieron odio, dolor, rechazo y opio de cariño. Tuvieron anulado el sentir, para que su hacer sea robotizado -porque, qué mejor humano que el que no cuestiona y da sin pedir nada a cambio-.
Y allí llegó a su lecho, y ni ello pudo elegir; morir de la forma que debía y ser cremado o enterrado, como disponen en cada cultura y sociedad.
Murió sin vivir; por ello es que no murió -ni siquiera eso pudo-.
Pero que no decaiga el ánimo, que esta historia no termina mal; que realmente él no terminó así.
Que él soy yo. Que he regresado para aprender y entender.
Que he regresado y esta vez estoy despierto... Y sé.
Que elijo alas, no cadenas.
Que elijo vida, no mediocridad.
Que elijo vivir, no transcurrir.
Que elijo consciencia, no aceptación por mutilación.
He regresado y esta vez, mi vida me pertenece.
Y yo le pertenezco a la vida, y no a la inconsciencia de subsistir en un sistema, en una ideología que nunca me representó, representa ni representará.
Comienza una nueva posibilidad, en la que apuesto toda probabilidad a lograr mis deseos y proyectos, que están relacionados con la luz y la multiplicidad.
Estoy dispuesto y disponible. La incertidumbre es mi certeza -la seguridad solo me oprime y ahorca-.
Comienza, y yo me dispongo a jugar -a vivir-.
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