Soplaba el viento. Sus pelos volaban por el aire, sueltos. Sus ojos, perdidos en el horizonte. Su respiración, agitada.
Andando por aquellos lugares, no podía apartar de si la experiencia que estaba viviendo. Absorbía y degustaba todo cuanto sus ojos, nariz y manos podían recibir como datos e información.
Allí, entre aquellas montañas, todo se detenía. Todo tomaba el tiempo del sin-tiempo. Parecía como si nunca hubiese habido ni siquiera un cambio y, a su vez, como que todos los cambios hubiesen acontecido allí, entre valles y montañas, bosques y desiertos.
El espectáculo que recibía era de misma importancia que la tarea que tenía. Podía contemplar su derredor pero debía continuar su paso, su movimiento atento y cuidadoso.
Por entre estos lugares, rondaban seres peligrosos, oscuros, nefastos. Todo ello era lo que le habían podido decir los pocos que se habían llegado al umbral pero regresado sin cruzarlo.
Él lo había atravesado con aplomo, no por soberbia ni arrogancia, tampoco por ser valiente ni poseer coraje; nada de todo ello había tenido en su niñez ni en su presente adultez. Lo hacía porque se debía de hacer, por el simple hecho de que si nadie lo hacía, sucumbirían.
Para él, la muerte era un pasaje más, una senda mas, una aventura más. Tan parecida a esta que estaba viviendo que aquel había sido su decisión, me dispongo a morir haciendo lo que se que debo hacer. Sin coraje ni grito, se escabullo en horas que nadie lo podría haber visto. Aún así fue observado por ciertas personas, seres genuinos de luz y sabiduría; ellos esperaban aquel acto, debía ser así.
Y ahora andaba por alturas que le permitían ver los pantanos atravesados y los bosques a ladear; las llanuras de las que partió y los desiertos que debía enfrentar.
Tenía clara cual era su misión, aunque si se lo hubiesen preguntado en su respuesta no diera palabra alguna de explicación.
Afrontó su destino y avanzó, entre la luz y la oscuridad; entre su posibilidad y su perdición.
Comprendía que ya existía lo que fue y lo que vendría era incertidumbre.
El viento soplaba en su cara, haciendo sus pelos revolotear sobre su cabeza. Atento, mientras andaba, recibía toda información que sus sentidos le dieran... Era aquel el único momento.
Estaba vivo
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