Caminaba con una flor en su mano, la flor no era muy grande ni ella tampoco. Eran ambas dos, tanto la flor como la niña, de poca vida en este planeta y de las experiencias que en él suceden.
Ella tenía tan solo nueve años; la flor había conocido al mundo hace un día y medio. Ambas dos eran puras e ingenuas. Sin saberlo ambas dos recorrían el mismo camino.
La niña había tomado la flor desde el piso; la planta que le había dado vida ya no estaba viva, había sido destruida. Así la niña también, su mamá y papá fueron suprimidos del planeta.
Ambas dos huérfanas.
La niña tomo la flor mientras caminaba por un campo carente de luz, carente de vida. Niebla y un aroma desconocido que le daba cierta molestia al respirar. El sol había salido pero se había puesto un velo negro para no ver tal acontecimiento.
La flor se pone contenta de tener una compañera en estos momentos de su existencia; es que tanto la niña como la flor saben que ses más natural y contenida una muerte acompañadas.
Debe ser por ello que la flor se puso frente a la niña y también debe ser por ello que la niña la tomó.
Todo había terminado, para ellas todo había terminado; y con ellas el mundo había terminado, tanto completa como parcialmente.
Un zumbido se escucho de entra la niebla, a través del velo y dentro de aquel aroma desconocido.
El zumbido fue lo último que escucho la niña, que vivió la planta. Un agujero más en la tierra, un pozo más dentro del campo lleno de posos que las rodeaban.
La vida fue masacrada con ellas y el dolor de ellas hasta el ínfimo gusano lo sintió y sufrió. Luego, la vida en si misma supo lo que debía seguir haciendo y creo más vida, dio más luz y algún otro campo floreció, para que alguna otra niña tuviera se tuvieran en compañía; porque también las flores y las niñas saben que una vida compartida es más bella.
- Por fecha 27/01/2014 -
Matías Hugo Figliola
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